viernes, 23 de noviembre de 2007

Libertad para la ciudadanía

Dice el PSOE –y lo creo– que “las religiones siembran fronteras entre los ciudadanos” y que “la enseñanza impartida por el Estado no debe ser neutral” (Manifiesto Constitución, laicidad y Educación para la Ciudadanía, diciembre de 2006). Por eso, el fin de la asignatura Educación para la ciudadanía es educar a los alumnos en el “mínimo común ético” obligatorio, con independencia de las creencias o valores de los padres.
Afirma Gregorio Peces-Barba –y le creo– que Educación para la ciudadanía “es un cambio revolucionario en la enseñanza en España. [...] Sólo con poner en marcha esta iniciativa el Gobierno habría justificado toda la legislatura” (El País, 22.XI.2004). Lo asegura el gran teórico del laicismo español y rector de la Universidad Carlos III, en la que se urdió la asignatura.
Asegura el P. Manuel de Castro –y se equivoca– que “es posible la adaptación de la asignatura de Educación para la ciudadanía al ideario de los centros privados”. Aplaudo la buena fe del Secretario General de la FERE (Federación Española de Religiosos de Enseñanza), aunque no aclare cómo y por cuánto tiempo podrá hacerse esa adaptación.
Por el contrario, la Ley Orgánica de Educación (LOE) es indiscutible en este punto: no es posible adaptar la nueva materia a nada. Al contrario, la ley establece explícitamente que los colegios privados (concertados o no) que quieran adaptar la asignatura a su ideario tendrán el límite insalvable de los “contenidos legales mínimos obligatorios”. Es decir, los que fija la propia LOE, que está para ser cumplida y no para que la interprete el que debe cumplirla.
Declara el Ministerio de Educación –y confunde a la opinión pública– que esta asignatura debe implantarse en España porque la Unión Europea lo exige. Sin embargo, la UE sólo recomienda el establecimiento de la asignatura, pero con total libertad de cada Estado para hacer (o no hacer) lo que quiera. Por eso Suecia no la tiene como materia independiente; Austria sólo la imparte en Formación Profesional y en Noruega se titula “Cristianismo, religión y ética”, ya que es un país confesional luterano.
Proclama el Gobierno de España –y es una verdad a medias– que esta disciplina ya se imparte en el resto de Europa. Sí, pero no. Es cierto que una asignatura del mismo nombre está en algunos planes de estudios europeos. Ahora bien, se trata de una formación cívica sobre principios constitucionales, e instituciones del Estado. Es decir, en Europa la asignatura transmite conocimientos, pero no los interpreta (y, mucho menos, exige adhesión personal) porque la materia nació como un complemento a la educación de los inmigrantes, en su mayoría desconocedores de cómo funcionan las democracias occidentales.
Si ese fuera su contenido en España, no habría queja. En nuestro país, sin embargo, Educación para la ciudadanía quiere convertir una ética particular en universal a la vez que ataca las creencias mayoritarias sobre la familia, la persona y la vida. Lo hace porque esa asignatura se basa en dos principios: la verdad no existe (relativismo moral) y la ley es el único referente ético (positivismo jurídico). Por eso esta materia llega a las aulas cuando el PSOE ya ha modificado el Código Civil en aspectos de relativos a Persona (transexualidad) y Familia (filiación natural, matrimonio homosexual, adopción, divorcio exprés).
Con esas premisas, Educación para la ciudadanía reclama que los alumnos construyan sus «proyectos personales de vida» según principios éticos laicistas que niegan la posibilidad de conocer la Verdad o el Bien. Por tanto, el objetivo último de nuestro Gobierno es la formación de niños y adolescentes en “afectos y emociones” con el fin de moldear sus conciencias según la ideología laicista del Estado, ajena por completo a la existencia del Derecho natural.

Entre otras cosas, la nueva y obligatoria ideología estatal promueve la “libre orientación afectivo-sexual”. Es decir, cada persona elige su “género” (hombre o mujer) con independencia, tanto del “sexo” (macho o hembra) con el que ha nacido, como de su “orientación sexual” (homosexual, heterosexual, bisexual, transexual). Por eso el lobby gay afirma que “Educación para la ciudadanía es la gran oportunidad para los derechos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales”, ya que enseñará que la identidad sexual se construye y cambia según los deseos de cada uno (Francisco Pérez Diego, portavoz de los Encuentros Estatales de Grupos LGTB de España, Agencia EFE, 15.IV.2007).
Entre los criterios de evaluación de la asignatura destaca el número 1, que reclama la comprobación de que cada alumno “asume y controla sus propios sentimientos”. Para ello es necesario manifestar esos sentimientos personales al profesor para que él les ponga nota. Por ejemplo, un 4 en “Compasión” o un Sobresaliente en “Alegría”. Pero, más allá del sarcasmo, esa exigencia podría suponer una vulneración del artículo 18.1 de la Constitución, que garantiza el derecho a la intimidad personal y familiar.
En síntesis, la controversia sobre esta asignatura no se reduce a un problema de educación sexual o a un activismo católico mal entendido, sino que se centra en el ataque a la libertad de los padres para educar a sus hijos según sus valores morales (por ejemplo, de humanismo laico) y, en su caso, religiosos (cristianos, judíos o musulmanes, por citar las religiones más arraigadas en España) como garantiza el artículo 27.3 de la Constitución en relación al 16.1, en un estado que hace del pluralismo uno de sus pilares constitucionales (artículo 1.1).
Esta es la novedad totalitaria de la asignatura Educación para la ciudadanía: consagrar que los hijos deben ser educados conforme a la ideología del Estado y no según las convicciones morales de sus padres.
En contra de esa novedad se ha pronunciado –dos veces en 2007– el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, confirmando el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas. En ambas sentencias –una sobre una demanda turca y otra sobre una finlandesa–, Estrasburgo recuerda que los estados del Consejo de Europa (España entre ellos) tienen la obligación de ser “neutrales” y respetar el derecho de los padres a educar a sus hijos con plena libertad y sin interferencias de los Poderes públicos.
Ahora que se comienza a amenazar a los colegios –el último el CEU Loreto-Abat Oliva, de Barcelona– con retirarles la licencia educativa si no imparten Educación para la ciudadanía, es el momento de exigir libertad. Libertad ideológica y de las conciencias. Verdadera libertad ciudadana. ¿Cómo? En los tribunales (con recursos a la Ley Orgánica de Educación) y en la calle (con la objeción de conciencia a la obligatoriedad de la asignatura (www.objetamos.com) de los padres que puedan ejercer ese derecho).
Educación para la libertad. Libertad para la ciudadanía.

Un alma valerosa

Gracia es diferente. Siempre lo ha sido, eso lo saben hasta en La Habana. Ya desde pequeña –cuando deslumbraba a unos y otros con sus ocurrencias– tuvo la rara habilidad de volver loco a medio mundo. Por eso el castigo que más temía era estar quieta en una silla. Bastaban un par de minutos “sentada y sin moverse” para que comenzara a hervirle la sangre. Entonces saltaba como un muelle, dispuesta a comenzar –de nuevo y lo antes posible– la conquista del mundo, que es su pasatiempo favorito.

Gracia (que pertenece a un clan gallego y fecundo) es un rabo de lagartija, una centella, un terremoto. Si pasas mucho tiempo a su lado corres el peligro de recibir un encargo inesperado o, peor aún, de verte envuelto en alguno de los proyectos que zumban en su cabeza, que son infinitos.

Según ella tenía que haber estudiado Periodismo. Según su padre no. Jamás. Nunca. Un talento como el suyo no podía perderse así. Él, empresario acostumbrado a la incertidumbre, aspiraba a algo más seguro y brillante. Por ejemplo, que fuera catedrática (de universidad) o, ya puestos, registradora (de la propiedad). Esa era la novela paterna: tener una hija opositora. Verla casada y con niños. Serena. Feliz.

Como ocurre casi siempre, la realidad y el deseo no se encontraron. Ella, indomable, prefería ser corresponsal de guerra, seguir soltera y hacer justicia con sus crónicas. Tampoco pudo ser, así que el resto de la familia se acomodó para presenciar el choque de trenes. Gracia, avispada, terminó por asumir que no iba a ganar a su padre en terquedad, de modo que optó por llegar a acuerdo. Estudiaría Derecho e, incluso, podría doctorarse –cosa que logró y olvidó al minuto siguiente–. Punto final a las concesiones.

Desde ese momento, hizo lo que le dio la gana. “Como siempre”, dicen en su casa. Sólo que ahora sin disimular. Entonces colgó la toga que nunca llegó a vestir y cambió un futuro ilustre como abogada por un ideal: mejorar el mundo, siquiera un poquito. Desde ese instante se dedicó en cuerpo y alma convertir sus utopías en realidades. Poco a poco lo está consiguiendo en una pequeña institución que va camino de ser grande: la Fundación CUME (www.fundacioncume.org) de la que es directora.

CUME es una ONG de cooperación internacional. Sus prioridades son la promoción de la cultura y la mujer porque –dicen– en ellas se basa el desarrollo de los pueblos. Tienen pocos medios, pero sus fines están claros: promover la justicia y la paz. De Argelia a Guatemala, del Congo a Cuba, países en los que ya están presentes. En Costa Marfil, por ejemplo, ayudan a las familias desplazadas por la guerra y en Costa Rica buscan alternativas a la prostitución y al aborto. También enseñan técnicas textiles o cómo construir una casa, mientras que en España se centran en la concienciación y el voluntariado.

La lista sería interminable, aunque a Gracia Regojo siempre le parecerá corta. En una ocasión, que ella no recuerda, le oí decir “Este mundo es muy pequeño para las cosas que sueño”. No me extraña, la entiendo. También la entiende su padre, el mismo que cada vez que comenzaba un proyecto decía “Soñad y os quedaréis cortos”. Ella, obediente por una vez, sigue soñando con empeño junto a su equipo de la Fundación Cume.

Por cierto, “Cume” quiere decir “cumbre” en gallego. Lo que Gracia ignora es que la verdadera cumbre es ella.

Guerrilleros de salón

Tanja Nijmeijer nació en 1978 en Gröningen, una ciudad holandesa que en otoño huele a azúcar. Además de su idioma materno, Tanja habla a la perfección alemán, inglés y español, que es su lengua preferida. Por eso estudió Filología Hispánica y, al graduarse, entró en una ONG de su país como cooperante. Tanja quería un mundo mejor, más humano, más justo. E iba a luchar por ello.

Justo antes de terminar la universidad, un profesor le había dicho que si a los 20 años no quieres cambiar el mundo es que no tienes corazón, pero que si a los 40 sigues en lo mismo es que no tienes cerebro. Por edad y convencimiento, ella estaba en el primer grupo, el de los idealistas, así que a nadie le extrañó que en 2000 se fuera a Colombia con una misión internacional de alfabetización.

La realidad era otra, ya que todo el proyecto dependía del PC3 (Partido Comunista Colombiano Clandestino), una organización que recluta extranjeros para las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), guerrilla que sobrevive gracias a Venezuela, Cuba y el narcotráfico. A Tanja no le importó. Ella era una marxista comprometida, así que se presentó a las FARC como voluntaria. Su trabajo de traductora sería la tapadera perfecta.

Al llegar a Bogotá el contacto con la miseria y la violencia la volvió violenta y miserable. El resto lo hicieron Mao y Che Guevara, a los que leía con pasión de converso. “El verdadero revolucionario tiene que ser una fría y calculadora máquina de matar”. Esa era la mejor forma de ayudar a los campesinos a salir de la pobreza. La única. De modo que Tanja se dispuso a morir (y matar) por la revolución.

El pasado mes de julio, Tanja huyó de su campamento durante un asedio del Ejército. En la fuga dejó olvidado su diario, que fue a parar a manos de un periodista. Habían pasado cinco años desde su ingreso en las FARC y su relato –publicado en un periódico colombiano– es furioso. "¿Qué organización es ésta en la que unos tienen plata y privilegios y otros tienen que mendigar el rancho, donde los soldados mueren y los comandantes parlotean? ¿Así actúa el “Ejército del Pueblo”? ¿Reclutando niños a la fuerza? ¿Arrasando poblados con gases?”.

La realidad le había obligado –salvajemente–, a poner los pies en la tierra. “Las mujeres de los comandantes viven como burguesas, con implantes de silicona y vacaciones en Cuba. Ellas son una clase aparte, tienen privilegios, dan órdenes. Sólo están obligadas a tener hijos".

Sus palabras rebosan un desconsuelo feroz. Se sentía engañada, manipulada con discursos sobre la igualdad y la justicia. “Estoy cansada de las FARC. Vale la pena luchar cuando se conoce el motivo de la lucha, pero ya no creo en esto. Ya no quiero más bla-bla-blá sobre ser comunista y obediente y luego ver cuan hipócritas y traicioneros son los comandantes. Esta guerra es un sinsentido. No hay ni rastro de valores políticos. Son guerrilleros de salón. Matar o vivir no significa nada. La nostalgia me carcome. Aquí estoy muerta.

Tanja Nijmeijer, la rubia y esbelta Tanja, la de ojos azules y dentadura perfecta, la soñadora Tanja, deambula en estos momentos sin rumbo fijo por la selva. Todos la buscan. El Ejército colombiano para detenerla y juzgarla, la diplomacia holandesa para sacarla del país y las FARC… las FARC para matarla.

De oro


De nuevo, el baloncesto. Ba-lon-ces-to, que diría Pepu Hernández. De nuevo, un septiembre memorable, un final de verano apasionante, lleno de sufrimiento, de alegría, de pena. Un poquito de pena, sí, para qué engañarse. Esta vez teníamos el oro en el punto de mira. Se lo llevó Rusia con merecimiento, sin bajar los brazos. Felicidades al campeón. That´s entertainment.

El equipo nacional de baloncesto nos ha vuelto a enganchar. Bien es verdad que Andrés Montes y la pareja Epi-Iturriaga han contribuido. Bien por La Sexta. El singular Montes con su estilo genial y la pareja de ex jugadores con su sabiduría: Epi en plan técnico, más conservador, un poco cenizo. Itu con sorna –que es la manera con la que los vascos se ríen y hacen reír–, anárquico, veloz. Oírles era verles de nuevo veinticinco años atrás, con Corbalán, Jiménez, Chicho Sibilio y Lagarto De la Cruz. Los pantaloncillos cortos, cortísimos, y las primeras lecciones de cómo amar el baloncesto.

Algunas de esas viejas glorias estuvieron en el pabellón madrileño. En general muy bien de chapa y pintura. Jofresa igual de rubio con su flequillo. Montero serio, a lo suyo. Antonio Martín con canas, pero sin un kilogramo de más. José Luís Llorente parlanchín, Ferrán Martínez calvo y Manel Bosch con melena. Estaban casi todos. Lolo Sáinz, Brabender y Villacampa. Eché de menos a Antonio Díaz-Miguel, a Fernando Martín, a Héctor Quiroga, que habrán visto los partidos con entradas de lujo. Es lo que tiene estar en el Cielo.

Junto a ellos también salió gente intranscendente. Al menos en esto de la canasta. Pedro Almodóvar con gafas de sol y obviedades, Serrat sufriendo y Gonzalo Miró que miraba poco. No tienen la culpa y sí el realizador, al que es posible que le falte un verano. Con ellos el inefable Willy, que tiene menos gracia que un humorista alemán. A ver si en Pekín 2008 deja de perseguir a los familiares de los jugadores o de tutear a Emiliano –que todavía es alguien– y al legendario Bill Russell, que es un dios y como tal merece ser tratado. Si querían entretenernos les sugiero primeros planos de Eva Longoria –la mujer del jugador francés Tony Parker– o Elsa Pataky, que iba a ir a la final y al final no pudo. Una lástima.

Con todo, lo importante ha sido sufrir y disfrutar, otra vez, con un equipo que juega como los ángeles. Como en Los Ángeles, 1984, las Olimpíadas de Michael Jordan y Pat Ewing, los dos recién salidos de la universidad. Entre los de ahora ha destacado Calderón, verdadero pata negra. Ha brillado más que nunca el extremeño, el único que ha alcanzado el nivel del Mundial de Japón 2006. El resto ha estado un peldaño por debajo. ¿Y qué? Nadie está obligado a ser sublime para siempre. Por eso ver a Pau Gasol extenuado, a Garbajosa poniendo en juego su contrato con los Raptors, a Felipe Reyes mordiendo la bola, ha sido la mejor recompensa. Incluso un NBA como Sergio Rodríguez ha asumido su papel, muy secundario, pero capital: hacer equipo.

La nueva medalla del Eurobasket es un premio mayor y así hay que verlo. Es verdad que es una plata que sabe a madera –Marc Gasol dixit y yo digo amén–, que todos queríamos el oro para este grupo genial e inigualable. Poco importa. Han vuelto a demostrar lo mejor del baloncesto: esfuerzo al límite, orgullo colectivo y humildad personal, defensa espartana, genialidad desde 6,25 y también errores. Errores de los que se aprende. Otros vendrán detrás que inyectarán sangre nueva: Raúl López, Trías, Ricky Rubio. Incluso Fran Vázquez, gigante de estirpe gallega.
La misión era casi imposible porque España tenía el papel más difícil: ser el favorito. Pero, de nuevo, hemos disfrutado con el equipo nacional. El año que viene, los Juegos Olímpicos de Pekín y otra oportunidad de sentir los colores. Colores de oro. Va a ser verdad que la vida puede ser maravillosa.

Una noche toledana

Sucedió en Toledo mientras se celebraba la romería de la Virgen del Valle, popular visita a una ermita sobre el Tajo que unos versos viejos cantan así: “Aunque pequeña me ves/ soy muy grande como ermita,/ pues la Reina que me habita/ tiene Toledo a sus pies”.

Como siempre ocurre la víspera de la solemnidad, una multitud se arrimó hasta el santuario para pasar una noche de fiesta. Es decir, a la devoción se unió la diversión, costumbre racial de tierras hispanas, pero ajena a los extraños que nos visitan.

“Ajena e imprescindible”, pensó Mike, un estadounidense de los muchos que llegan cada año hasta la capital manchega. Alguien le había comentado en Toledo que, muy cerca, tenía una ermita con una vista espléndida y una campana milagrera que consigue novia al que la tañe. Nada nuevo para los cristianos viejos (y descreídos), pero que fascinó al bueno de Mike. Bueno y soltero.

Tras llegar a la iglesia, hizo unas cuantas fotos y se fue derecho a tocar la campana para verificar la leyenda. Iba dispuesto a colaborar en su búsqueda de rapaza, así que se puso a beber y a bailar hasta que la noche le venció. De madrugada, al despertar de los excesos, se encontró en una quebrada a la orilla del Tajo, más solo que la una y con una resaca de mil diablos. Ya no había romería, ni campana, ni españolas ansiosas caer en sus brazos. Ahora era de día y estaba en un zarzal abrupto con más hambre que Carpanta.

Entonces comenzó a vocear con fuerza (“¡Help!”, “¡Help!”), pero nadie respondía. Pasaron las horas y nada. Ya se sabe que los españoles no dominamos más idiomas que el nuestro, así que tuvieron que ser dos alemanes los que oyeran los lamentos del barranco y alertaran a la policía. Los bomberos, que tienen algo de quijotes –y en La Mancha más–, tardaron tres horas en sacar al estadounidense del entuerto. Tenía la ropa hecha jirones y cara de noche toledana –claro–. De la novia solicitada ni rastro.

Con el rescate llegaron las conjeturas sobre el suceso. “No nos explicamos cómo pudo llegar hasta ese lugar porque es prácticamente inaccesible. Quizá se despeñó o llegó nadando y luego se durmió”, especuló el jefe de la brigada, Isabelo Sánchez, que tiene nombre de personaje de García Márquez. “Lo más sorprendente es que antes del aviso algunos vecinos habían oído gritos. Dicen que alguien llamaba a un tal “Pepe” con insistencia. “¡Pepe!”, “¡Pepe!”, pero pensaron que se trataba de algún trompa de la romería y no le dieron importancia. Al poco rato ya no oyeron nada, así que dedujeron que el tal “Pepe” había aparecido”. Fin del asunto.

Gracias a Dios, Michael Thorpe (cuyo apellido es una premonición) no sufre heridas ni fracturas. Sólo tiene contusiones y el alma un poco triste porque, según ha confesado, tenía "Good vibrations” con lo de la campana y las novias.

Así que entre el “Help” de los Beatles y las buenas vibraciones de los Beach Boys, Mike ha vuelto a su Kentucky natal incólume… aunque quizá afectado de un golpe en la cabeza: dice que el año que viene probará en los Sanfermines.

Que Dios y los miuras le cojan confesado.

Mil millas a la italiana

A finales de 1926 cuatro locos del motor se unieron para soñar. En el cuarteto de quijotes había dos nobles ociosos, un piloto profesional y un periodista de la Gazzeta dello Sport y a todos les dolía que Italia no tuviera una carrera de automóviles a la altura de su industria.

Aymo Maggi y Franco Mazzotti eran condes y veinteañeros, ambos sin ganas ni necesidad de trabajar. Ninguna. Amigos de la infancia, recorrían Europa compitiendo en deportes que entonces eran insólitos. Del esquí al polo, sin olvidar su pasión por la caza (donde conocieron a Alejandro Pidal, marqués de Villaviciosa, primer medallista olímpico español y también el primero en coronar el Naranjo de Bulnes).

El tercer hombre se llamaba Renzo Castagneto, un piloto de motos silencioso, terco y curtido en pruebas de resistencia. El último en concordia era el periodista Giovanni Canestrini, aviador en la I Guerra Mundial y empeñado en fundar una revista especializada en el mundo del motor.
El anhelo de esos cuatro mosqueteros era crear una competición sin igual que diera fama a Lombardía –su región natal– y que engrandeciera al automovilismo italiano. Un reto sobre cuatro ruedas, el mejor Grand Prix de la época. Así nació, en 1927, la Corsa delle Mille Miglia –la Carrera de las Mil Millas–, una prueba de 1.628 kilómetros entre Brescia y Roma (y vuelta).

Desde su nacimiento, la Mil Millas se convirtió en un desafío para los aventureros del volante. Estaba plagada de dificultades, tenía enormes puertos, carreteras de tierra, multitud de espectadores en las cunetas y una señalización deficiente. Para colmo, la velocidad de los nuevos coches añadía más riesgo a la contienda porque alcanzaban ¡los 80 kilómetros por hora!
Cada verano la ruidosa caravana de la corsa pasaba como un rayo por las principales ciudades del norte y centro italiano. Todas las grandes marcas de la época –Bugatti y BMW, Porsche y Alfa Romeo, Ferrari, Mercedes, Lancia y Aston Martin– lucían sus últimos modelos y presentaban a sus mejores pilotos (Nuvolari, Von Hanstein, Fangio, Moss). Era una fiesta tricolor.

La última carrera de la primera época, en 1957, superó el medio millar de competidores. Todo el mundo quería participar, ya que la Mille Miglia tenía justa fama ser un desafío colosal. Sin embargo, ese año algo salió mal. Hubo varios accidentes graves, el peor el del marqués de Portago (piloto español de Ferrari) que se mató tras reventar una rueda y arrollar al público a 250 kms/hora. Fallecieron doce personas, niños incluidos, y hubo una treintena de heridos. La magnitud de la desgracia y la presión del Gobierno –Alfonso de Portago era un Grande de España– obligó suspender la prueba sine die.

Así estuvo durante dos décadas. Hasta que en 1977 renació con su romanticismo de siempre, pero convertida ya en una carrera conmemorativa. Los coches que ahora participan son los mismos de antaño. Literalmente. Vehículos construidos entre 1927 y 1957 y recuperados del silencio de museos y garajes. Todo a mayor gloria de los cuatro de Brescia.

Ya no hay peligro de que nadie se mate en una curva porque esta carrera es ya una abuela de ochenta años. Lo peor (o quizá lo mejor) que puede suceder es algún infarto inesperado al reconocer en un Ferrari 750 Monza a Mónica Bellucci o al ver a Jude Law saludando desde un Jaguar XK 120.

Ahora se trata de pasear plácidamente por Italia. Con bella y elegante nostalgia. Nunca a más de 50 por hora.

Guantanamo es libertad

Aunque parezca increíble, Guantánamo es sinónimo de libertad para Amado Veloso Vega. Él repite que Guantánamo es el fin de una condena, la puerta a una vida mejor, el pasaporte a la libertad. Al menos para los cubanos de Cuba. “Yo vengo del infierno”, sentencia sin odio. Su tremenda historia lo confirma.

En 1992, Amado Veloso intentó huir de Cuba por la base naval estadounidense de Caimanera. Tenía 21 años. Su aventura comenzó de noche. Solo y a rastras. Como un gusano. Oculto para no ser visto. En silencio.

Todo iba bien hasta que rebasó el último muro cubano. Entonces dos bengalas iluminaron el cielo y quedó al descubierto. En ese momento pisaba zona neutral y legalmente no podían detenerle. Pese a ello, decidió no moverse hasta al amanecer. Ni respirar siquiera. Fue en vano. Tras las bengalas llegaron los balazos. Procedían de su propio país. Avanzó entonces con rapidez y terror, un terror eterno. Hasta que una mina –también cubana– se cruzó en su fuga. La explosión le aventó varios metros y la metralla se incrustó por todo el cuerpo. La peor parte se la llevó el alma. Bola negra. Veloso se rindió. ''La carne abrasada me colgaba de las piernas. Sangraba por todas partes”, recuerda. “El dolor era monstruoso”.

Todo iba a acabar allí, en tierra de nadie, pero los militares cubanos fueron a por su presa. Las mutilaciones eran tan atroces que le dieron por muerto. Sin embargo, el reglamento manda, así que le clavaron dos bayonetazos para confirmarlo. Un gusano menos. Después le arrastraron hasta la zona cubana. El oficial al mando ordenó al verlo que no le llevaran al hospital. “No merece la pena. Se desangrará por el camino”. Así que directo al depósito de cadáveres. En la morgue le arrojaron sobre una mesa de metal, pero un médico de urgencias vio que aún respiraba y le inyectó adrenalina para reanimarlo. Amado Veloso Vega sobrevivió.

La odisea sigue. Delirante. “Yo era un apestado por el intento de fuga, un muerto viviente. Fui encarcelado dos años y, al salir, pedí unas prótesis para caminar de nuevo. Me dijeron que ese material sólo era para los militares cubanos heridos en misiones internacionalistas”. Entonces solicitó una silla de ruedas. La respuesta fue diferente y la misma: no hay sillas de ruedas para traidores. “Que te la compren los del exilio”, le espetaron.

Y eso fue lo que ocurrió. La Fundación Nacional Cubano Americana se enteró del caso y, tras mil peripecias, la silla de ruedas entró en Cuba. Sin embargo, la Seguridad del Estado –fiel a su miseria– le cayó encima al descubrirlo. Registraron su casa y le interrogaron muchas veces. Al fin, tras una multa ejemplar, le quitaron la silla. “La recibirá alguien que le precise más que usted”, le dijeron con una sonrisa en la boca.

Amado Veloso Vega siguió adelante. Hizo de todo para comer y todo ilegal. Cuba no paga a traidores. En 2006, Amado escapó de nuevo con otros compatriotas. Era el cuarto intento, esta vez en una balsa. Algunos días después fueron descubiertos a la deriva en el estrecho de Yucatán por los guardacostas de EE.UU., que los arrestaron. Nuevo destino: Guantánamo. Esta vez del lado norteamericano, donde permaneció casi un año.

Hace unos días, Veloso llegó a EE.UU. con un visado humanitario gestionado por la Conferencia Episcopal norteamericana. En Washington ha contado su terrorífica historia, que es un ejemplo de coraje, tesón y deseo de ser libre. ''Ahora sé que mi sufrimiento valió la pena'', dice con sencillez. “Pagué un precio alto, pero fue el precio de la libertad''.

El ultimo brasileño virgen


Los milagros existen –nunca lo he dudado–, pero si además viene la realidad y te lo confirma, entonces es el acabóse. Eso fue lo que ocurrió cuando leí las sorprendentes declaraciones de un brasileño de 23 años confesando que había llegado virgen al matrimonio.

Vaya por delante que me aterra encontrar juntas en una revista las palabras “virginidad” y “matrimonio”. No digo nada si las oigo en televisión porque lo normal es que sean pronunciadas por alguna ursulina o, Dios no lo quiera, el portavoz de la Conferencia Episcopal. Eso en el mejor de los casos, ya que en el peor las repite algún reportero sin cerebro mientras se ríe de un incauto al que acusa de inocente y/o cavernícola por opinar esas cosas.

Sigo con la historia. El tipo que se lanzaba al ruedo hablando de su virginidad prematrimonial no estaba recluido en un manicomio. Tampoco era un ultraortodoxo judío. Ni siquiera un eunuco tunecino –su oficio le habría facilitado mucho las cosas–. Al contrario. Era un muchacho de aspecto prudente y, si la normalidad existe, yo diría que normal.

El chico, llamado Ricardo, seguía a tumba abierta con sus confesiones: “Nosotros elegimos llegar castos al matrimonio. Nuestra fe cristiana enseña que el amor humano se rubrica con el sacramento y para nosotros la primera noche fue bellísima”. Ojos como platos. Mientras tanto, la confusa periodista, llena de curiosidad, preguntaba si no le había costado aguantar el instinto todos esos años. El instinto. Como si el mozo fuera un semental de los Miura.

Ajeno a la provocación, el kamikaze continuaba con sus machadas. “Claro que me costó. Soy un joven corriente y no fue fácil llegar al matrimonio sin haber estado nunca con una mujer. El deseo existe, pero siempre supimos retenernos. La oración fue nuestro refugio”. ¿La oración? ¡Que lo detengan ahora mismo!

Ricardo seguía con su historia, digna de Edmundo de Amicis. “Entonces me fui a Milán, aunque volvía mucho a Brasil para mantener viva la relación. Ella no pudo venir conmigo porque era muy joven, pero ese período puso a prueba nuestro amor”. El fenómeno hablaba con naturalidad, sin arrogancia, con la sencillez del que cree en lo que hace y está firme en lo que cree.

El tal Ricardo es más conocido por su nombre futbolístico, Kaká, y es el mejor jugador del mundo. Su equipo, el AC Milán, no lo suelta y su esposa menos aún. Así que uno concluye que Kaká es famoso, austero y feliz. Sin embargo, su milagro no fue llegar virgen al matrimonio. El milagro es ser joven y millonario y tener la audacia de decir que cree en Dios.

La traca final de la entrevista es un manual para recién casados y también para casados viejos. “Yo trato siempre de evitar las tentaciones, que existen. Existen siempre y en el fútbol más aún. Por eso, desde que vivimos en Milán no voy nunca a discotecas. Sólo salgo a las fiestas del club y, si es posible, con mi mujer. Nosotros hemos pactado que podemos salir solos con los amigos, pero a medianoche se vuelve a casa. A veces es un sacrificio, pero vale la pena”.

Vale la pena. Lo dice Kaká, el último brasileño virgen. ¿O no es el último? Si yo fuera el presidente del Madrid pagaba los 80 millones de euros que parece que cuesta y me lo traía al Bernabeu de por vida. Jogo bonito y sentido común no es algo que abunde. Si no, que se lo pregunten a Ronaldo, que también es brasileño.

600 x 50


Hay días en los que uno se levanta de la cama y la vida te abraza. Yo lo viví hace poco –lo juro– en plena flagelación matutina, tan dormido como siempre frente a la vida. Encendí la radio en un acto reflejo, el mismo aliado fiel que pone la cafetera a calentar, mientras el locutor de siempre anunciaba el fin del mundo cotidiano con un amaestrado coro que le daba la razón. Gracias a Dios llegó el resumen de prensa, raudo como el 7º de caballería, y me rescató del apocalipsis cuando la navaja hacía su faena cual barbero sevillano.
Entonces sucedió. Como el que no quiere la cosa. De repente. “Más noticias. El histórico 600 cumple medio siglo. SEAT lo celebrará en su fábrica de Barcelona con unos actos…”. No oí nada más y, de pronto, rejuvenecí. Más o menos… treinta años.
“El 600”, susurré al aire poniendo cara del niño de Cuéntame. Sin poder evitarlo me vi de nuevo con pantalones cortos, un flequillo nunca recuperado y las prisas de mi padre cargando el coche camino del páramo leonés. Lo recuerdo bien: un 600 D blanco, que (decían) superaba los 100 kilómetros por hora. Es decir, el hiperespacio.
Nadie en casa sabe ya su matrícula, pero seguro que aparece en alguna fotografía ye-yé en blanco y negro. Era grande (¿grande? sí, definitivamente, al menos visto desde los seis años) y con unas puertas que se abrían al revés, justo igual que las de los mafiosos americanos de las películas. Tenía un volante enorme y el claxon sonaba como un elefante con ronquera. A mi hermano le encantaba abrir el motor, que estaba detrás, protegido por una rejilla de chapa ennegrecida por el uso. Yo, sin embargo, tenía otra fijación: los retrovisores. Me sentaba en el asiento del conductor y los ponía a mi altura, poca, con los ojos fijos en aquel salpicadero mágico que era incapaz de descifrar.
Con esa leyenda urbana se habían ido mis padres a Benidorm de luna de miel. Septiembre de 1968. “Adelante hombre del 600, la carretera nacional es tuya”. Fue un pasaje a la ilusión con escala en Valladolid –para que se enfriara– y en Madrid, capital de España. Cuenta mi madre que durmieron en el Hotel Inglés, allá por la Puerta del Sol. Iban recién casados y con las ilusiones sin arrugar. Mi padre, socarrón, lo dudaba. “En realidad pernoctamos poco”, decía siempre con un guiño pícaro a lo Alfredo Landa.
Lo que ambos confirman es que llegaron a Madrid escoltados por un guardia civil fugado de alguna película de Berlanga. “Debíamos de tener cara de ingenuos cuando le preguntamos, cerca de Las Rozas, por dónde había que ir. Él nos miró compasivo, se ajustó el casco con un gesto marcial y ordenó: Me sigan”. Y le siguieron hasta Moncloa, destino final del motorista. Por algo la llaman Benemérita.
El 600. ¡Qué máquina! Fue el primer todoterreno conocido, el antepasado cierto de los monovolúmenes. Nada de inventos americanos o franceses. En la memoria familiar aún se recuerda una romería estival en la que nueve adolescentes se bajaron del 600 como el que se baja de un autobús. Sin una mancha y dispuestos a beberse toda la sidra del mundo.
El 600 cumple años y yo tengo que terminar de afeitarme. Mientras tanto, en la radio escucho a Serrat diciéndome que hoy puede ser un gran día.

martes, 9 de octubre de 2007

Palabras del Che

Hoy se cumplen 40 años de la muerte de Ernesto Che Guevara, el guerrillero más famoso de la Historia, “el ser más completo de nuestra época” si hacemos caso a Jean Paul Sartre. Han pasado cuatro décadas y su figura sigue siendo polémica: para muchos es el fanático por excelencia, pero para muchos más es un ejemplo de rebeldía e independencia.

La vida de Guevara es bien conocida, pero no así sus escritos, ya fueran los famosos diarios, los discursos o la abundante correspondencia que mantuvo en su intensa vida. En ellos, sin embargo, pervive el verdadero Che Guevara, su ideología y su carácter. Por eso es necesario recuperar las palabras del Che, las únicas que le colocan en su verdadera dimensión. ¿Cómo era realmente Ernesto Guevara de la Serna, alias Che? ¿Fue un jefe militar íntegro e indomable o un asesino iluminado y cruel? Sólo su voz puede sacarnos de dudas.

En octubre de 1959, Che Guevara visitó Santiago de Cuba para reunirse con estudiantes de la Universidad de Oriente, la segunda del país. En un auditorio repleto explicó la nueva política revolucionaria, que también iba a afectar a la educación superior. En el clímax de su discurso dijo: “Los universitarios individualistas tienen que desaparecer. La vocación personal no cumple un papel determinante. Por eso es criminal pensar en las necesidades del individuo. […]. Sólo el Estado tiene derecho a elegir qué estudia cada uno, si deben licenciarse diez abogados o cien químicos industriales. Algunos dirán que esto es una dictadura y tienen razón: es una dictadura.”

En diciembre de 1964 intervino en la Asamblea General de la ONU. En ese momento la Revolución cubana llevaba seis años en el poder, colonizada ya sin remedio por la Unión Soviética. Al terminar su discurso, el representante de Venezuela le preguntó al Che por los miles cubanos fusilados desde 1959. Guevara –que había decidido en persona la ejecución de casi 200 hombres sin juicio ni defensa legal– afirmó: “Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: ¿fusilamientos?, sí, hemos fusilado. Fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte”.

Che Guevara creía en la violencia y el asesinato como arma política. Lo repitió muchas veces a lo largo de su vida. Una de las últimas fue en abril de 1967 en el apocalíptico Mensaje a los pueblos del mundo de la conferencia Tricontinental. En ese foro el Che condenó “la paz de la posguerra” y anunció “un conflicto mundial, largo y cruel, para provocar la destrucción del imperialismo y alumbrar un nuevo orden basado en la revolución socialista”. Entre los requisitos ineludibles de esa batalla destacó uno: el odio. “El odio como elemento de la lucha, un odio implacable hacia el enemigo, un odio que impulsa al hombre más allá de las limitaciones y lo transforma en una máquina de matar efectiva, violenta, seductora y fría. Así deben ser nuestros soldados. Sin odio no hay libertad”.

Es decir, con la dictadura, los fusilamientos y el odio quería educar al Hombre Nuevo. Con la dictadura, los fusilamientos y el odio se construiría la nueva sociedad comunista.
Poco antes de ser fusilado en Bolivia –también sin juicio ni abogado defensor, la Historia tiene estos sarcasmos–, Guevara escribió: “Si avanzo, seguidme. Si me detengo, empujadme. Si retrocedo, matadme”. Ese principio estuvo presente durante toda su vida revolucionaria y lo aplicó a rajatabla con los soldados a su cargo. Por eso tantos murieron a su lado. Y muchísimos más por imitarle.

lunes, 26 de marzo de 2007

Perro come perro

Historia número 1: Los directores y guionistas audiovisuales aseguran que el cáncer del cine español son las televisiones, los críticos y las películas de Hollywood. Ellos no tienen la culpa de la crisis de público porque les sobra preparación y talento. El problema es de las cadenas de TV (que quieren controlar su arte) y también de los espectadores, que no entienden su afición a contar historias mínimas en vez de grandes historias, que es lo que hace el verdadero cine desde hace un siglo.

Así se confirmó en un Encuentro de Creadores Audiovisuales organizado por la Sociedad General de Autores (SGAE) e inaugurado en Córdoba por la ministra de Cultura. En ese foro de intelectuales, un famoso director exigió que no hubiera nadie del PP en la sala donde él iba a hablar. Entre otras cosas, dijo que el futuro del cine español era “una puta mierda”, expresión intelectual donde las haya. Poco después un conocido periodista que dice escribir novelas afirmó que los críticos eran unos analfabetos sin sustrato cultural. Para concluir, un guionista de moda dijo que había que obligar a Zapatero y a la Familia Real a que vieran películas españolas, aunque no aclaró si atados o con permiso para levantarse cuando tuvieran náuseas.

Todos consideraron imprescindible una ley urgente que defienda al cine español, pero no de ellos, sino de la competencia extranjera. En concreto, solicitaron “mecanismos de vigilancia“ para que las distribuidoras pongan más cine nacional y, de paso, otras medidas destinadas a la formación del público. En este caso tampoco concretaron, así que nos quedamos con la duda de si se referían a escuelas nocturnas para la reeducación de espectadores, ciclos de cine búlgaro de entre guerras o la simple asistencia a manifestaciones contra el Gobierno.

Historia número 2: El grupo PRISA confiesa un beneficio de 229 millones de euros en 2006. Es decir, unos 38.000 millones de pesetas rubias, ya fueran con el perfil de Franco o del Rey, detalle que importa poco a la hora de hacer caja. Esto supone un incremento del 50% con respecto al año anterior y comienza a parecerse mucho a los indecentes porcentajes de beneficios de los bancos españoles, los mismos que nos tienen agarrados por salva sea la parte con sus hipotecas a 40 años.

SOGEPAQ, la distribuidora cinematográfica de PRISA, vive ajena a la lluvia de millones que recibe cada año su matriz. Por eso intenta pagar 375 euros mensuales netos a los becarios, que suelen ser licenciados en Comunicación. Si esos jóvenes y tiernos profesionales quieren trabajar con ellos deben matricularse previamente en la universidad y ser de nuevo alumnos de algo. Así recibirán 3 euros a la hora sin derecho a Seguridad Social.

Historia número 3: Las mañanas en las ondas siguen incandescentes. Jiménez Losantos anuncia el fin del mundo cotidiano e insulta a los que no piensan como él, que van siendo multitud. En la SER reaccionan a la socialista y aumentan la presión con enredos a media voz que parecen verdades. Luís del Olmo repasa su debacle en las audiencias y decide insultar otra vez a Federico. A lo mejor así el de la COPE se apiada, le cita una o dos veces y Punto Radio consigue unos segundos de publicidad que echarse al micro. Esta lidia la sigue con interés Gabilondo, al que se le ve triste en su laberinto, mientras les observa con envidia y recuerda lo bien que se lo pasaba antes de que su jefe le mandara a presentar un ¿informativo? con una compañera que tiene apellido de cuartel de la Guardia Civil.

Así es el trato caníbal que se dan unos profesionales de la comunicación a otros. Perro come perro. Que siga el espectáculo.

Ignacio Uría Diario de Burgos 27 de febrero de 2007

Amor del bueno



En unas excavaciones arqueológicas en Italia han encontrado los restos de una pareja que vivió hace 6000 años. Si la noticia fuera esa no tendría la menor importancia, al fin y al cabo hay excavaciones por todo el mundo y casi siempre aparece algo. Sin embargo, lo singular de este caso es que los esqueletos descubiertos están abrazados y por eso la anécdota ha llegado hasta Oceanía. La aparición de la sepultura de los amantes, tan simbólica, da que hablar y también mucho que pensar. Por ejemplo, en los beneficiosos efectos de estar casado.

En EE.UU. llevan bastante tiempo estudiando las ventajas del matrimonio para la pareja y la sociedad. El informe más novedoso sobre este asunto es un sólido análisis (www.princetonprinciples.org) que cuenta con la colaboración de casi un centenar de profesores universitarios de Harvard, Princeton o Georgetown, entre otras.

Sus conclusiones han sido firmadas por juristas y sociólogos, por expertos en política pública y por economistas, por biólogos y médicos. Los hay cristianos y judíos y también agnósticos. Unos son hombres y otras mujeres, están casados, solteros o simplemente unidos. Lo que no son es idiotas. Por eso han evitado los argumentos religiosos, tentación de diablillo inexperto en la que no han caído. Lo suyo es un acercamiento a la experiencia humana, pero apoyada en pruebas empíricas de las ciencias sociales y biomédicas. De ahí nacen Diez principios que sintetizan el papel del matrimonio y la familia en la sociedad actual, aunque van más allá de la mera utilidad y aportan evidencias políticas y morales que avalan sus tesis.

El estudio concluye que la progresiva sustitución del matrimonio por otras formas de convivencia menos estable genera muchos problemas a la pareja, a los hijos y a la sociedad en general. La cohabitación, dicen, no implica el compromiso moral y legal del matrimonio y tampoco recibe el mismo respaldo de amigos y familiares. Además, se confirma que las parejas que “sólo” conviven no suelen estar de acuerdo en el estatus de su relación, observando un mayor compromiso en la mujer, que se convierte en la principal educadora de los hijos.

Para cambiar esta situación proponen varias cosas. Entre ellas, la protección legal del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, una realidad amenazada por cambios legislativos que equiparan “matrimonio” con otras uniones. Por ejemplo, las homosexuales, que no han experimentado el respaldo legal internacional previsto. Mas bien al contrario, ya que en los últimos meses varios países han establecido medidas jurídicas para reforzar las uniones heterosexuales.

Piden también los autores del informe una reforma legal del divorcio para que el contrato matrimonial tenga más protección que, por ejemplo, los contratos de alquiler y solicitan que el sistema fiscal favorezca más aún a las familias con hijos, ya que una familia numerosa crea un entorno óptimo para educar en valores como la solidaridad, la justicia o el amor.

La lectura de este informe te deja una sensación agridulce. Por una parte alegra descubrir que hay personas competentes que abordan con rigor cuestiones esenciales, pero duele comprobar que, a pesar de que el matrimonio es la única institución que respeta con plenitud tanto la naturaleza humana como las relaciones sociales, su mensaje es ignorado por los medios.
Yo me quedo con una sola idea: hay amor del bueno cuando un hombre y una mujer se unen para siempre. A los esqueletos italianos no tuvieron que explicárselo demasiado.

Publicado en Diario de Burgos 15 de febrero de 2007

Ennio y Óscar

Estaba escrito que Ennio y Óscar tenían que acabar por entenderse ya que lo suyo no fue un amor a primera vista.
Óscar es un tipo brillante, alto y calvo, quizá de pelo rubio en su juventud. Nació en Los Ángeles y siempre ha vivido en California, aunque tiene tantos amigos que conoce los cinco continentes. Su estilo es frío y algo estirado, sonríe poco –más bien nada–, pero todos lo que le conocen personalmente se deshacen en su presencia. Unos ríen nerviosos, otros lloran desconsolados y algunos no saben qué decir. Él, sin embargo, permanece siempre impasible, firme y callado, dejándose llevar de un lado a otro sin demostrar enfado ni interés.
Ennio es romano y usa gafas. Si uno lo mira con atención sólo descubre a un tipo discreto y bajito, alejado de la divertida exageración de los italianos. Ennio odia los aviones y ronda la madurez, aunque eso no le impide amar la música sobre todas las cosas y por una sola razón: “Me descubre emociones insospechadas. Eso basta para que le haya dedicado mi vida”.
A Óscar le encanta el cine, afición que todo el mundo conoce. No se pierde una película desde que tiene uso de razón y le importa poco si está filmada en Bombay o Nueva York, si viene con subtítulos o doblada al sueco. Le encantan las historias de superación a lo Rocky Balboa y se muere por las historias de amor. Sin embargo, también tiene sus manías, algunas incomprensibles. Por ejemplo, no le gustaba Cary Grant e ignoró a Richard Burton en sus buenos tiempos, amén de tener una lista larga de directores odiados, como podrían confirmar Hitchcock o Kubrick.
A Ennio le van más las aventuras épicas en plan Érase una vez en América o La misión. Disfrutó como un niño con esta historia de jesuitas en el borde del mundo, el imperio español y las pasiones indomables de hombres de honor como Rodrigo de Mendoza. Sin embargo, todavía hoy duda si su favorito es el mercenario convertido en misionero o el íntegro Eliot Ness al frente de sus Intocables en las calles de Chicago. No le culpo, yo tampoco sabría qué elegir.
Fue precisamente en el cine donde Óscar conoció a Ennio. O quizá fue al revés, ya lo han olvidado. Eso sí, están de acuerdo en que las peripecias de Totó en Cinema Paradiso deberían tener todos los premios del mundo y también que la escena del cementerio de El bueno, el feo y el malo –con sus silbidos y el arpa de boca dominándolo todo– merece un aplauso largo y universal. El mismo que darían al Padre Gabriel con su oboe perfecto en las reducciones del Paraguay.
Quizá por todo eso Óscar y Ennio han decidido unirse para siempre en una ceremonia a la que asistirán muchos amigos. Será dentro de una semana y podremos verla por televisión. Allí estará Ennio Morricone con sus partituras geniales bajo el brazo, dispuesto a recibir por primera vez a Óscar. Su Oscar. Un Oscar de honor de la Academia de Hollywood a una carrera elegante e irresistible como compositor de cine. Laus Deo.

Ignacio Uría 18 de febrero de 2007

El futbolín de Finisterre

Acostumbrados como estamos a noticias imposibles, nos cuesta aceptar que la vida de alguien las supere. Sin embargo, eso es lo que ocurre con la existencia de Alejandro Campos, alias Finisterre, un gallego discreto con una historia digna de ser contada.

Los que le quisieron dicen que Finisterre fue un caballero y que su vida estuvo volcada en el prójimo. Sólo así se entiende que inventara el futbolín, artefacto que se sacó de la manga durante la Guerra Civil mientras compartía heridas con otros rapaces mutilados. En esos días de letargo en el hospital de Montserrat, todos soñaban con el fútbol. El fútbol sobre todas las cosas. Eran los años de Lángara y Zamora, de Ciriaco y Quincoces, jugadores consagrados en el mundial del 34. Héroes en pantalones cortos a los que imitar, aunque eso no les gustara a los anarquistas y socialistas, que decían que el football era un invento burgués y extranjero que alejaba a la juventud de la lucha revolucionaria.

Sordo a las consignas, Finisterre se puso a cavilar una solución que hiciera felices a sus compañeros de tedio. Le dio vueltas. Muchas. Al fin y al cabo, también él estaba atado a una cama y esas condenas se llevan mal cuando tienes quince años. En el sanatorio había un carpintero vasco que les había fabricado una mesa de ping-pong y en ella mataban el tiempo sin tener que salir de la enfermería. Así que Finisterre le preguntó si podía construirles algo parecido, pero colocando unas barras con tacos de madera que hicieran de futbolistas y perforando dos agujeros para las porterías.

De ahí a la inmortalidad sólo había un paso, equivalente al que había dado para esquivar la bomba que le cayó encima durante el asedio de Madrid. Mal que bien salió del trance, pero, como otros muchos, tuvo que exiliarse. Cruzó los Pirineos a pie y, por el camino, perdió la patente que certificaba que era el padre del futbolín, ese remedio contra el hastío, escape vital para soñar con los aplausos de Chamartín o Les Corts. Un juego que sigue anclado en la memoria patria décadas después, irreductible y victorioso a las embestidas de la vida, presente incluso en el diccionario de la RAE.

A Alejandro Finisterre, coruñés correoso, sus amigos le recuerdan con un libro de León Felipe bajo el brazo, poeta del que fue editor en México y España. Antes de eso había tenido muchos oficios: peón de albañil, mozo de imprenta y también aprendiz de zapatero. Hasta fue bailarín de claqué en la compañía de Celia Gámez. Después vivió en varios países americanos e, incluso, promovió en 1974 un encuentro de intelectuales españoles, exiliados y no. Cuentan que allí se jugaron buenas partidas de futbolín de republicanos contra monárquicos, pero el resultado final es una incógnita. Nadie quiso nunca desvelar si al futbolín se jugaba mejor con la derecha o con la izquierda.

En el morral de Finisterre viaja ya para siempre la honra de ser el inventor del futbolín, un trasto que ha unido a los españoles, aunque sea para jugar. Para jugar al futbolín. El futbolín de Finisterre.

Ignacio Uría OSACA 4 de marzo de 2007

Un secreto romano


Es la reina de las fuentes de Roma, ya sean barrocas o no. En su carrera por la eternidad supera de largo a la sofisticada de los Cuatro Ríos de Piazza Navona, a la humilde de las Cuatro Fuentes en el Quirinal y a la casi perfecta del Tritón con sus delfines, que también son cuatro.

La fontana de Trevi es la más soñada, la más buscada, la más recordada por almas a la caza de mitos y belleza. Entre sus esculturas se esconde la mayor colección de deseos del mundo, aunque no sabría decir si detrás del enérgico Neptuno o más bien a los pies de sus caballos marinos. En ella se desbordó Anita Ekberg, sueca y salvaje mientras gozaba la dolce vita, y también esa inocencia con flequillo que fue Audrey Hepburn, ya para siempre de vacaciones en Roma con Gregory Peck del brazo, que se la llevó en blanco y negro a la fuente de Trevi para arrojar unas liras a sus aguas de mármol.

Lanzar una moneda al agua. Con ese sencillo ritual se compra el embrujo latino y Roma te hechiza para que vuelvas algún día. Importa poco si el conjuro tiene como fin caminar de nuevo entre palacios por la Vía del Babuino o esperar en las escaleras de la Plaza de España a que el sol se ponga. Lo esencial es el retorno, volver a Roma, descubrirla de nuevo para perderse en la decadencia del Trastévere o pasear por el Gianicolo y venerar a Bramante en su templete. Lo imponente es pasar la tarde en las terrazas del Panteón sin hacer nada mientras las vespas aturden a las piedras milenarias o cruzar de noche la plaza de San Pedro y descubrir que hay luz en la habitación del Papa.

Todo eso puede ocurrir de nuevo si se tira una moneda a la fontana de Trevi y ella, majestuosa, te deja volver a Roma. Porque si se arrojan dos el regalo cambia. Con dos monedas la fuente se desboca y concede un amor romanaccio, quizá arrebatador, quizá fugaz, un idilio inesperado que condense todas las pasiones de la Historia. Ahora bien, al temerario que lanza tres monedas las aguas solemnes de Trevi le atan para siempre a la Ciudad Eterna. Para lograrlo utiliza un lazo mitológico con forma de esposa, según la leyenda una esposa mediterránea y generosa, capaz de traer al mundo un puñado de hijos sin apenas despeinarse, una mujer para siempre. Eso sí, la fontana no admite quejas ni devoluciones y hay que conformarse con lo que ella concede.

Dentro de poco esas monedas seguirán siendo el precio de los sueños… y algo más. Desde este mes de abril todo el dinero que se recoja en la fuente servirá para surtir un supermercado gratuito destinado a 5.000 familias pobres del centro de Roma. El ayuntamiento apoya sin fisuras la idea porque se ha comprometido a luchar contra “las nuevas formas de pobreza” –que son las de siempre–. Eso sí, como el alcalde es un socialista a la italiana, entregará a Cáritas el dinero que se remansa en la fontana cada año: un millón de euros, moneda arriba, moneda abajo.
Ahora que se acerca la santa Semana Santa, la vieja Roma nos descubre uno de sus secretos sin pedir nada a cambio. En esta ocasión, que hay en sus calles una fuente que da de comer.

Ignacio Uría OSACA 1 de abril de 2007

Una lengua afilada

La Muerte llegó puntual a su cita. Es cierto que le había concedido unos meses de prórroga, pero al final Art Buchwald –uno de los grandes del periodismo estadounidense– también tenía sus días contados.

En el otoño de 2005 Buchwald decidió que había llegado su hora. Con 80 años y los riñones averiados pensó que, puestos a morirse, lo mejor era hacerlo a su manera. Entonces llamó a su hospital y renunció a las sesiones de diálisis que le mantenían vivo. Los médicos, viejos aficionados a equivocarse, le dieron tres semanas de vida, quizá cuatro. A él le pareció suficiente, así que citó a los amigos para despedirse y beber algo, preferiblemente ron. Junto a sus compadres aparecieron por su casa colegas, curiosos y también los inevitables políticos con un fotógrafo a la espalda. Todos desfilaron ante la leyenda para darle el último adiós. "Es como si estuviesen visitando Lourdes", ironizó, “aunque pensé que alguno venía a rematarme”.

Pasaron las visitas, las semanas y los meses, pero allí no se moría nadie. Así que el burlón Buchwald cambió de planes y se puso a escribir de nuevo. En ese último respiro redactó Too Soon to Say Goodbye (“Demasiado pronto para decir adiós”), una lúcida y divertida reflexión sobre la vejez y la muerte. Porque si algo definía al viejo columnista era una lengua afilada y llena de humor. De hecho, al presentar esas memorias, sentenció “Con este libro termina mi carrera. Lo único que deseo ahora es no morirme el mismo día que Fidel Castro”.

En su vida profesional Buchwald lo ganó casi todo, incluido el Pulitzer. Escribió unas 8.000 columnas y publicó más de treinta libros. Su estilo insolente tenía sus raíces en una infancia dura, época de orfanatos y familias de acogida, de estudios abandonados y trabajos misérrimos. Cansado de la rutina y sin futuro, se enroló en los Marines “para ver mundo”. Combatió en el Pacífico durante la II Guerra Mundial y trabajó como corresponsal en París, ciudad con la que mantuvo un idilio eterno (y previsible si eres neoyorquino). En la década de los 60 regresó a los EE.UU. y comenzó a diseccionar tres veces por semana la vida americana. Sus columnas en The Washington Post eran agudas y temidas, sobre todo por los políticos, así que pronto muchos diarios le ofrecieron sus páginas. Los lectores le querían y no había más que hablar.

En su última lección, Buchwald empleó una vez más la ironía. La ocurrencia final fue un vídeo póstumo que ha causado furor en internet. “Soy Art Buchwald y acabo de morir”, decía con una mirada pícara que saltaba por encima de sus gafas de pasta. Para algunos fue una despedida macabra. Para la mayoría refleja con precisión el genio de Buchwald, sobre todo cuando afirma que se ganó el cariño de sus semejantes a base de buen humor. “Si puede hacer reír a la gente, hágalo. El mundo mejora con cada sonrisa y usted también”.

Arthur Buchwald, que tuvo tiempo de organizar su propio funeral, esperaba reunirse en el más allá con Ava Gardner, Grace Kelly y Marilyn Monroe. Con semejantes bellezas esperándole entiendo mejor su última preocupación “Morir es fácil, lo realmente difícil es encontrar aparcamiento".