lunes, 26 de marzo de 2007

Ennio y Óscar

Estaba escrito que Ennio y Óscar tenían que acabar por entenderse ya que lo suyo no fue un amor a primera vista.
Óscar es un tipo brillante, alto y calvo, quizá de pelo rubio en su juventud. Nació en Los Ángeles y siempre ha vivido en California, aunque tiene tantos amigos que conoce los cinco continentes. Su estilo es frío y algo estirado, sonríe poco –más bien nada–, pero todos lo que le conocen personalmente se deshacen en su presencia. Unos ríen nerviosos, otros lloran desconsolados y algunos no saben qué decir. Él, sin embargo, permanece siempre impasible, firme y callado, dejándose llevar de un lado a otro sin demostrar enfado ni interés.
Ennio es romano y usa gafas. Si uno lo mira con atención sólo descubre a un tipo discreto y bajito, alejado de la divertida exageración de los italianos. Ennio odia los aviones y ronda la madurez, aunque eso no le impide amar la música sobre todas las cosas y por una sola razón: “Me descubre emociones insospechadas. Eso basta para que le haya dedicado mi vida”.
A Óscar le encanta el cine, afición que todo el mundo conoce. No se pierde una película desde que tiene uso de razón y le importa poco si está filmada en Bombay o Nueva York, si viene con subtítulos o doblada al sueco. Le encantan las historias de superación a lo Rocky Balboa y se muere por las historias de amor. Sin embargo, también tiene sus manías, algunas incomprensibles. Por ejemplo, no le gustaba Cary Grant e ignoró a Richard Burton en sus buenos tiempos, amén de tener una lista larga de directores odiados, como podrían confirmar Hitchcock o Kubrick.
A Ennio le van más las aventuras épicas en plan Érase una vez en América o La misión. Disfrutó como un niño con esta historia de jesuitas en el borde del mundo, el imperio español y las pasiones indomables de hombres de honor como Rodrigo de Mendoza. Sin embargo, todavía hoy duda si su favorito es el mercenario convertido en misionero o el íntegro Eliot Ness al frente de sus Intocables en las calles de Chicago. No le culpo, yo tampoco sabría qué elegir.
Fue precisamente en el cine donde Óscar conoció a Ennio. O quizá fue al revés, ya lo han olvidado. Eso sí, están de acuerdo en que las peripecias de Totó en Cinema Paradiso deberían tener todos los premios del mundo y también que la escena del cementerio de El bueno, el feo y el malo –con sus silbidos y el arpa de boca dominándolo todo– merece un aplauso largo y universal. El mismo que darían al Padre Gabriel con su oboe perfecto en las reducciones del Paraguay.
Quizá por todo eso Óscar y Ennio han decidido unirse para siempre en una ceremonia a la que asistirán muchos amigos. Será dentro de una semana y podremos verla por televisión. Allí estará Ennio Morricone con sus partituras geniales bajo el brazo, dispuesto a recibir por primera vez a Óscar. Su Oscar. Un Oscar de honor de la Academia de Hollywood a una carrera elegante e irresistible como compositor de cine. Laus Deo.

Ignacio Uría 18 de febrero de 2007

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