lunes, 26 de marzo de 2007

Una lengua afilada

La Muerte llegó puntual a su cita. Es cierto que le había concedido unos meses de prórroga, pero al final Art Buchwald –uno de los grandes del periodismo estadounidense– también tenía sus días contados.

En el otoño de 2005 Buchwald decidió que había llegado su hora. Con 80 años y los riñones averiados pensó que, puestos a morirse, lo mejor era hacerlo a su manera. Entonces llamó a su hospital y renunció a las sesiones de diálisis que le mantenían vivo. Los médicos, viejos aficionados a equivocarse, le dieron tres semanas de vida, quizá cuatro. A él le pareció suficiente, así que citó a los amigos para despedirse y beber algo, preferiblemente ron. Junto a sus compadres aparecieron por su casa colegas, curiosos y también los inevitables políticos con un fotógrafo a la espalda. Todos desfilaron ante la leyenda para darle el último adiós. "Es como si estuviesen visitando Lourdes", ironizó, “aunque pensé que alguno venía a rematarme”.

Pasaron las visitas, las semanas y los meses, pero allí no se moría nadie. Así que el burlón Buchwald cambió de planes y se puso a escribir de nuevo. En ese último respiro redactó Too Soon to Say Goodbye (“Demasiado pronto para decir adiós”), una lúcida y divertida reflexión sobre la vejez y la muerte. Porque si algo definía al viejo columnista era una lengua afilada y llena de humor. De hecho, al presentar esas memorias, sentenció “Con este libro termina mi carrera. Lo único que deseo ahora es no morirme el mismo día que Fidel Castro”.

En su vida profesional Buchwald lo ganó casi todo, incluido el Pulitzer. Escribió unas 8.000 columnas y publicó más de treinta libros. Su estilo insolente tenía sus raíces en una infancia dura, época de orfanatos y familias de acogida, de estudios abandonados y trabajos misérrimos. Cansado de la rutina y sin futuro, se enroló en los Marines “para ver mundo”. Combatió en el Pacífico durante la II Guerra Mundial y trabajó como corresponsal en París, ciudad con la que mantuvo un idilio eterno (y previsible si eres neoyorquino). En la década de los 60 regresó a los EE.UU. y comenzó a diseccionar tres veces por semana la vida americana. Sus columnas en The Washington Post eran agudas y temidas, sobre todo por los políticos, así que pronto muchos diarios le ofrecieron sus páginas. Los lectores le querían y no había más que hablar.

En su última lección, Buchwald empleó una vez más la ironía. La ocurrencia final fue un vídeo póstumo que ha causado furor en internet. “Soy Art Buchwald y acabo de morir”, decía con una mirada pícara que saltaba por encima de sus gafas de pasta. Para algunos fue una despedida macabra. Para la mayoría refleja con precisión el genio de Buchwald, sobre todo cuando afirma que se ganó el cariño de sus semejantes a base de buen humor. “Si puede hacer reír a la gente, hágalo. El mundo mejora con cada sonrisa y usted también”.

Arthur Buchwald, que tuvo tiempo de organizar su propio funeral, esperaba reunirse en el más allá con Ava Gardner, Grace Kelly y Marilyn Monroe. Con semejantes bellezas esperándole entiendo mejor su última preocupación “Morir es fácil, lo realmente difícil es encontrar aparcamiento".

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