viernes, 23 de noviembre de 2007

Libertad para la ciudadanía

Dice el PSOE –y lo creo– que “las religiones siembran fronteras entre los ciudadanos” y que “la enseñanza impartida por el Estado no debe ser neutral” (Manifiesto Constitución, laicidad y Educación para la Ciudadanía, diciembre de 2006). Por eso, el fin de la asignatura Educación para la ciudadanía es educar a los alumnos en el “mínimo común ético” obligatorio, con independencia de las creencias o valores de los padres.
Afirma Gregorio Peces-Barba –y le creo– que Educación para la ciudadanía “es un cambio revolucionario en la enseñanza en España. [...] Sólo con poner en marcha esta iniciativa el Gobierno habría justificado toda la legislatura” (El País, 22.XI.2004). Lo asegura el gran teórico del laicismo español y rector de la Universidad Carlos III, en la que se urdió la asignatura.
Asegura el P. Manuel de Castro –y se equivoca– que “es posible la adaptación de la asignatura de Educación para la ciudadanía al ideario de los centros privados”. Aplaudo la buena fe del Secretario General de la FERE (Federación Española de Religiosos de Enseñanza), aunque no aclare cómo y por cuánto tiempo podrá hacerse esa adaptación.
Por el contrario, la Ley Orgánica de Educación (LOE) es indiscutible en este punto: no es posible adaptar la nueva materia a nada. Al contrario, la ley establece explícitamente que los colegios privados (concertados o no) que quieran adaptar la asignatura a su ideario tendrán el límite insalvable de los “contenidos legales mínimos obligatorios”. Es decir, los que fija la propia LOE, que está para ser cumplida y no para que la interprete el que debe cumplirla.
Declara el Ministerio de Educación –y confunde a la opinión pública– que esta asignatura debe implantarse en España porque la Unión Europea lo exige. Sin embargo, la UE sólo recomienda el establecimiento de la asignatura, pero con total libertad de cada Estado para hacer (o no hacer) lo que quiera. Por eso Suecia no la tiene como materia independiente; Austria sólo la imparte en Formación Profesional y en Noruega se titula “Cristianismo, religión y ética”, ya que es un país confesional luterano.
Proclama el Gobierno de España –y es una verdad a medias– que esta disciplina ya se imparte en el resto de Europa. Sí, pero no. Es cierto que una asignatura del mismo nombre está en algunos planes de estudios europeos. Ahora bien, se trata de una formación cívica sobre principios constitucionales, e instituciones del Estado. Es decir, en Europa la asignatura transmite conocimientos, pero no los interpreta (y, mucho menos, exige adhesión personal) porque la materia nació como un complemento a la educación de los inmigrantes, en su mayoría desconocedores de cómo funcionan las democracias occidentales.
Si ese fuera su contenido en España, no habría queja. En nuestro país, sin embargo, Educación para la ciudadanía quiere convertir una ética particular en universal a la vez que ataca las creencias mayoritarias sobre la familia, la persona y la vida. Lo hace porque esa asignatura se basa en dos principios: la verdad no existe (relativismo moral) y la ley es el único referente ético (positivismo jurídico). Por eso esta materia llega a las aulas cuando el PSOE ya ha modificado el Código Civil en aspectos de relativos a Persona (transexualidad) y Familia (filiación natural, matrimonio homosexual, adopción, divorcio exprés).
Con esas premisas, Educación para la ciudadanía reclama que los alumnos construyan sus «proyectos personales de vida» según principios éticos laicistas que niegan la posibilidad de conocer la Verdad o el Bien. Por tanto, el objetivo último de nuestro Gobierno es la formación de niños y adolescentes en “afectos y emociones” con el fin de moldear sus conciencias según la ideología laicista del Estado, ajena por completo a la existencia del Derecho natural.

Entre otras cosas, la nueva y obligatoria ideología estatal promueve la “libre orientación afectivo-sexual”. Es decir, cada persona elige su “género” (hombre o mujer) con independencia, tanto del “sexo” (macho o hembra) con el que ha nacido, como de su “orientación sexual” (homosexual, heterosexual, bisexual, transexual). Por eso el lobby gay afirma que “Educación para la ciudadanía es la gran oportunidad para los derechos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales”, ya que enseñará que la identidad sexual se construye y cambia según los deseos de cada uno (Francisco Pérez Diego, portavoz de los Encuentros Estatales de Grupos LGTB de España, Agencia EFE, 15.IV.2007).
Entre los criterios de evaluación de la asignatura destaca el número 1, que reclama la comprobación de que cada alumno “asume y controla sus propios sentimientos”. Para ello es necesario manifestar esos sentimientos personales al profesor para que él les ponga nota. Por ejemplo, un 4 en “Compasión” o un Sobresaliente en “Alegría”. Pero, más allá del sarcasmo, esa exigencia podría suponer una vulneración del artículo 18.1 de la Constitución, que garantiza el derecho a la intimidad personal y familiar.
En síntesis, la controversia sobre esta asignatura no se reduce a un problema de educación sexual o a un activismo católico mal entendido, sino que se centra en el ataque a la libertad de los padres para educar a sus hijos según sus valores morales (por ejemplo, de humanismo laico) y, en su caso, religiosos (cristianos, judíos o musulmanes, por citar las religiones más arraigadas en España) como garantiza el artículo 27.3 de la Constitución en relación al 16.1, en un estado que hace del pluralismo uno de sus pilares constitucionales (artículo 1.1).
Esta es la novedad totalitaria de la asignatura Educación para la ciudadanía: consagrar que los hijos deben ser educados conforme a la ideología del Estado y no según las convicciones morales de sus padres.
En contra de esa novedad se ha pronunciado –dos veces en 2007– el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, confirmando el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas. En ambas sentencias –una sobre una demanda turca y otra sobre una finlandesa–, Estrasburgo recuerda que los estados del Consejo de Europa (España entre ellos) tienen la obligación de ser “neutrales” y respetar el derecho de los padres a educar a sus hijos con plena libertad y sin interferencias de los Poderes públicos.
Ahora que se comienza a amenazar a los colegios –el último el CEU Loreto-Abat Oliva, de Barcelona– con retirarles la licencia educativa si no imparten Educación para la ciudadanía, es el momento de exigir libertad. Libertad ideológica y de las conciencias. Verdadera libertad ciudadana. ¿Cómo? En los tribunales (con recursos a la Ley Orgánica de Educación) y en la calle (con la objeción de conciencia a la obligatoriedad de la asignatura (www.objetamos.com) de los padres que puedan ejercer ese derecho).
Educación para la libertad. Libertad para la ciudadanía.

Un alma valerosa

Gracia es diferente. Siempre lo ha sido, eso lo saben hasta en La Habana. Ya desde pequeña –cuando deslumbraba a unos y otros con sus ocurrencias– tuvo la rara habilidad de volver loco a medio mundo. Por eso el castigo que más temía era estar quieta en una silla. Bastaban un par de minutos “sentada y sin moverse” para que comenzara a hervirle la sangre. Entonces saltaba como un muelle, dispuesta a comenzar –de nuevo y lo antes posible– la conquista del mundo, que es su pasatiempo favorito.

Gracia (que pertenece a un clan gallego y fecundo) es un rabo de lagartija, una centella, un terremoto. Si pasas mucho tiempo a su lado corres el peligro de recibir un encargo inesperado o, peor aún, de verte envuelto en alguno de los proyectos que zumban en su cabeza, que son infinitos.

Según ella tenía que haber estudiado Periodismo. Según su padre no. Jamás. Nunca. Un talento como el suyo no podía perderse así. Él, empresario acostumbrado a la incertidumbre, aspiraba a algo más seguro y brillante. Por ejemplo, que fuera catedrática (de universidad) o, ya puestos, registradora (de la propiedad). Esa era la novela paterna: tener una hija opositora. Verla casada y con niños. Serena. Feliz.

Como ocurre casi siempre, la realidad y el deseo no se encontraron. Ella, indomable, prefería ser corresponsal de guerra, seguir soltera y hacer justicia con sus crónicas. Tampoco pudo ser, así que el resto de la familia se acomodó para presenciar el choque de trenes. Gracia, avispada, terminó por asumir que no iba a ganar a su padre en terquedad, de modo que optó por llegar a acuerdo. Estudiaría Derecho e, incluso, podría doctorarse –cosa que logró y olvidó al minuto siguiente–. Punto final a las concesiones.

Desde ese momento, hizo lo que le dio la gana. “Como siempre”, dicen en su casa. Sólo que ahora sin disimular. Entonces colgó la toga que nunca llegó a vestir y cambió un futuro ilustre como abogada por un ideal: mejorar el mundo, siquiera un poquito. Desde ese instante se dedicó en cuerpo y alma convertir sus utopías en realidades. Poco a poco lo está consiguiendo en una pequeña institución que va camino de ser grande: la Fundación CUME (www.fundacioncume.org) de la que es directora.

CUME es una ONG de cooperación internacional. Sus prioridades son la promoción de la cultura y la mujer porque –dicen– en ellas se basa el desarrollo de los pueblos. Tienen pocos medios, pero sus fines están claros: promover la justicia y la paz. De Argelia a Guatemala, del Congo a Cuba, países en los que ya están presentes. En Costa Marfil, por ejemplo, ayudan a las familias desplazadas por la guerra y en Costa Rica buscan alternativas a la prostitución y al aborto. También enseñan técnicas textiles o cómo construir una casa, mientras que en España se centran en la concienciación y el voluntariado.

La lista sería interminable, aunque a Gracia Regojo siempre le parecerá corta. En una ocasión, que ella no recuerda, le oí decir “Este mundo es muy pequeño para las cosas que sueño”. No me extraña, la entiendo. También la entiende su padre, el mismo que cada vez que comenzaba un proyecto decía “Soñad y os quedaréis cortos”. Ella, obediente por una vez, sigue soñando con empeño junto a su equipo de la Fundación Cume.

Por cierto, “Cume” quiere decir “cumbre” en gallego. Lo que Gracia ignora es que la verdadera cumbre es ella.

Guerrilleros de salón

Tanja Nijmeijer nació en 1978 en Gröningen, una ciudad holandesa que en otoño huele a azúcar. Además de su idioma materno, Tanja habla a la perfección alemán, inglés y español, que es su lengua preferida. Por eso estudió Filología Hispánica y, al graduarse, entró en una ONG de su país como cooperante. Tanja quería un mundo mejor, más humano, más justo. E iba a luchar por ello.

Justo antes de terminar la universidad, un profesor le había dicho que si a los 20 años no quieres cambiar el mundo es que no tienes corazón, pero que si a los 40 sigues en lo mismo es que no tienes cerebro. Por edad y convencimiento, ella estaba en el primer grupo, el de los idealistas, así que a nadie le extrañó que en 2000 se fuera a Colombia con una misión internacional de alfabetización.

La realidad era otra, ya que todo el proyecto dependía del PC3 (Partido Comunista Colombiano Clandestino), una organización que recluta extranjeros para las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), guerrilla que sobrevive gracias a Venezuela, Cuba y el narcotráfico. A Tanja no le importó. Ella era una marxista comprometida, así que se presentó a las FARC como voluntaria. Su trabajo de traductora sería la tapadera perfecta.

Al llegar a Bogotá el contacto con la miseria y la violencia la volvió violenta y miserable. El resto lo hicieron Mao y Che Guevara, a los que leía con pasión de converso. “El verdadero revolucionario tiene que ser una fría y calculadora máquina de matar”. Esa era la mejor forma de ayudar a los campesinos a salir de la pobreza. La única. De modo que Tanja se dispuso a morir (y matar) por la revolución.

El pasado mes de julio, Tanja huyó de su campamento durante un asedio del Ejército. En la fuga dejó olvidado su diario, que fue a parar a manos de un periodista. Habían pasado cinco años desde su ingreso en las FARC y su relato –publicado en un periódico colombiano– es furioso. "¿Qué organización es ésta en la que unos tienen plata y privilegios y otros tienen que mendigar el rancho, donde los soldados mueren y los comandantes parlotean? ¿Así actúa el “Ejército del Pueblo”? ¿Reclutando niños a la fuerza? ¿Arrasando poblados con gases?”.

La realidad le había obligado –salvajemente–, a poner los pies en la tierra. “Las mujeres de los comandantes viven como burguesas, con implantes de silicona y vacaciones en Cuba. Ellas son una clase aparte, tienen privilegios, dan órdenes. Sólo están obligadas a tener hijos".

Sus palabras rebosan un desconsuelo feroz. Se sentía engañada, manipulada con discursos sobre la igualdad y la justicia. “Estoy cansada de las FARC. Vale la pena luchar cuando se conoce el motivo de la lucha, pero ya no creo en esto. Ya no quiero más bla-bla-blá sobre ser comunista y obediente y luego ver cuan hipócritas y traicioneros son los comandantes. Esta guerra es un sinsentido. No hay ni rastro de valores políticos. Son guerrilleros de salón. Matar o vivir no significa nada. La nostalgia me carcome. Aquí estoy muerta.

Tanja Nijmeijer, la rubia y esbelta Tanja, la de ojos azules y dentadura perfecta, la soñadora Tanja, deambula en estos momentos sin rumbo fijo por la selva. Todos la buscan. El Ejército colombiano para detenerla y juzgarla, la diplomacia holandesa para sacarla del país y las FARC… las FARC para matarla.

De oro


De nuevo, el baloncesto. Ba-lon-ces-to, que diría Pepu Hernández. De nuevo, un septiembre memorable, un final de verano apasionante, lleno de sufrimiento, de alegría, de pena. Un poquito de pena, sí, para qué engañarse. Esta vez teníamos el oro en el punto de mira. Se lo llevó Rusia con merecimiento, sin bajar los brazos. Felicidades al campeón. That´s entertainment.

El equipo nacional de baloncesto nos ha vuelto a enganchar. Bien es verdad que Andrés Montes y la pareja Epi-Iturriaga han contribuido. Bien por La Sexta. El singular Montes con su estilo genial y la pareja de ex jugadores con su sabiduría: Epi en plan técnico, más conservador, un poco cenizo. Itu con sorna –que es la manera con la que los vascos se ríen y hacen reír–, anárquico, veloz. Oírles era verles de nuevo veinticinco años atrás, con Corbalán, Jiménez, Chicho Sibilio y Lagarto De la Cruz. Los pantaloncillos cortos, cortísimos, y las primeras lecciones de cómo amar el baloncesto.

Algunas de esas viejas glorias estuvieron en el pabellón madrileño. En general muy bien de chapa y pintura. Jofresa igual de rubio con su flequillo. Montero serio, a lo suyo. Antonio Martín con canas, pero sin un kilogramo de más. José Luís Llorente parlanchín, Ferrán Martínez calvo y Manel Bosch con melena. Estaban casi todos. Lolo Sáinz, Brabender y Villacampa. Eché de menos a Antonio Díaz-Miguel, a Fernando Martín, a Héctor Quiroga, que habrán visto los partidos con entradas de lujo. Es lo que tiene estar en el Cielo.

Junto a ellos también salió gente intranscendente. Al menos en esto de la canasta. Pedro Almodóvar con gafas de sol y obviedades, Serrat sufriendo y Gonzalo Miró que miraba poco. No tienen la culpa y sí el realizador, al que es posible que le falte un verano. Con ellos el inefable Willy, que tiene menos gracia que un humorista alemán. A ver si en Pekín 2008 deja de perseguir a los familiares de los jugadores o de tutear a Emiliano –que todavía es alguien– y al legendario Bill Russell, que es un dios y como tal merece ser tratado. Si querían entretenernos les sugiero primeros planos de Eva Longoria –la mujer del jugador francés Tony Parker– o Elsa Pataky, que iba a ir a la final y al final no pudo. Una lástima.

Con todo, lo importante ha sido sufrir y disfrutar, otra vez, con un equipo que juega como los ángeles. Como en Los Ángeles, 1984, las Olimpíadas de Michael Jordan y Pat Ewing, los dos recién salidos de la universidad. Entre los de ahora ha destacado Calderón, verdadero pata negra. Ha brillado más que nunca el extremeño, el único que ha alcanzado el nivel del Mundial de Japón 2006. El resto ha estado un peldaño por debajo. ¿Y qué? Nadie está obligado a ser sublime para siempre. Por eso ver a Pau Gasol extenuado, a Garbajosa poniendo en juego su contrato con los Raptors, a Felipe Reyes mordiendo la bola, ha sido la mejor recompensa. Incluso un NBA como Sergio Rodríguez ha asumido su papel, muy secundario, pero capital: hacer equipo.

La nueva medalla del Eurobasket es un premio mayor y así hay que verlo. Es verdad que es una plata que sabe a madera –Marc Gasol dixit y yo digo amén–, que todos queríamos el oro para este grupo genial e inigualable. Poco importa. Han vuelto a demostrar lo mejor del baloncesto: esfuerzo al límite, orgullo colectivo y humildad personal, defensa espartana, genialidad desde 6,25 y también errores. Errores de los que se aprende. Otros vendrán detrás que inyectarán sangre nueva: Raúl López, Trías, Ricky Rubio. Incluso Fran Vázquez, gigante de estirpe gallega.
La misión era casi imposible porque España tenía el papel más difícil: ser el favorito. Pero, de nuevo, hemos disfrutado con el equipo nacional. El año que viene, los Juegos Olímpicos de Pekín y otra oportunidad de sentir los colores. Colores de oro. Va a ser verdad que la vida puede ser maravillosa.

Una noche toledana

Sucedió en Toledo mientras se celebraba la romería de la Virgen del Valle, popular visita a una ermita sobre el Tajo que unos versos viejos cantan así: “Aunque pequeña me ves/ soy muy grande como ermita,/ pues la Reina que me habita/ tiene Toledo a sus pies”.

Como siempre ocurre la víspera de la solemnidad, una multitud se arrimó hasta el santuario para pasar una noche de fiesta. Es decir, a la devoción se unió la diversión, costumbre racial de tierras hispanas, pero ajena a los extraños que nos visitan.

“Ajena e imprescindible”, pensó Mike, un estadounidense de los muchos que llegan cada año hasta la capital manchega. Alguien le había comentado en Toledo que, muy cerca, tenía una ermita con una vista espléndida y una campana milagrera que consigue novia al que la tañe. Nada nuevo para los cristianos viejos (y descreídos), pero que fascinó al bueno de Mike. Bueno y soltero.

Tras llegar a la iglesia, hizo unas cuantas fotos y se fue derecho a tocar la campana para verificar la leyenda. Iba dispuesto a colaborar en su búsqueda de rapaza, así que se puso a beber y a bailar hasta que la noche le venció. De madrugada, al despertar de los excesos, se encontró en una quebrada a la orilla del Tajo, más solo que la una y con una resaca de mil diablos. Ya no había romería, ni campana, ni españolas ansiosas caer en sus brazos. Ahora era de día y estaba en un zarzal abrupto con más hambre que Carpanta.

Entonces comenzó a vocear con fuerza (“¡Help!”, “¡Help!”), pero nadie respondía. Pasaron las horas y nada. Ya se sabe que los españoles no dominamos más idiomas que el nuestro, así que tuvieron que ser dos alemanes los que oyeran los lamentos del barranco y alertaran a la policía. Los bomberos, que tienen algo de quijotes –y en La Mancha más–, tardaron tres horas en sacar al estadounidense del entuerto. Tenía la ropa hecha jirones y cara de noche toledana –claro–. De la novia solicitada ni rastro.

Con el rescate llegaron las conjeturas sobre el suceso. “No nos explicamos cómo pudo llegar hasta ese lugar porque es prácticamente inaccesible. Quizá se despeñó o llegó nadando y luego se durmió”, especuló el jefe de la brigada, Isabelo Sánchez, que tiene nombre de personaje de García Márquez. “Lo más sorprendente es que antes del aviso algunos vecinos habían oído gritos. Dicen que alguien llamaba a un tal “Pepe” con insistencia. “¡Pepe!”, “¡Pepe!”, pero pensaron que se trataba de algún trompa de la romería y no le dieron importancia. Al poco rato ya no oyeron nada, así que dedujeron que el tal “Pepe” había aparecido”. Fin del asunto.

Gracias a Dios, Michael Thorpe (cuyo apellido es una premonición) no sufre heridas ni fracturas. Sólo tiene contusiones y el alma un poco triste porque, según ha confesado, tenía "Good vibrations” con lo de la campana y las novias.

Así que entre el “Help” de los Beatles y las buenas vibraciones de los Beach Boys, Mike ha vuelto a su Kentucky natal incólume… aunque quizá afectado de un golpe en la cabeza: dice que el año que viene probará en los Sanfermines.

Que Dios y los miuras le cojan confesado.

Mil millas a la italiana

A finales de 1926 cuatro locos del motor se unieron para soñar. En el cuarteto de quijotes había dos nobles ociosos, un piloto profesional y un periodista de la Gazzeta dello Sport y a todos les dolía que Italia no tuviera una carrera de automóviles a la altura de su industria.

Aymo Maggi y Franco Mazzotti eran condes y veinteañeros, ambos sin ganas ni necesidad de trabajar. Ninguna. Amigos de la infancia, recorrían Europa compitiendo en deportes que entonces eran insólitos. Del esquí al polo, sin olvidar su pasión por la caza (donde conocieron a Alejandro Pidal, marqués de Villaviciosa, primer medallista olímpico español y también el primero en coronar el Naranjo de Bulnes).

El tercer hombre se llamaba Renzo Castagneto, un piloto de motos silencioso, terco y curtido en pruebas de resistencia. El último en concordia era el periodista Giovanni Canestrini, aviador en la I Guerra Mundial y empeñado en fundar una revista especializada en el mundo del motor.
El anhelo de esos cuatro mosqueteros era crear una competición sin igual que diera fama a Lombardía –su región natal– y que engrandeciera al automovilismo italiano. Un reto sobre cuatro ruedas, el mejor Grand Prix de la época. Así nació, en 1927, la Corsa delle Mille Miglia –la Carrera de las Mil Millas–, una prueba de 1.628 kilómetros entre Brescia y Roma (y vuelta).

Desde su nacimiento, la Mil Millas se convirtió en un desafío para los aventureros del volante. Estaba plagada de dificultades, tenía enormes puertos, carreteras de tierra, multitud de espectadores en las cunetas y una señalización deficiente. Para colmo, la velocidad de los nuevos coches añadía más riesgo a la contienda porque alcanzaban ¡los 80 kilómetros por hora!
Cada verano la ruidosa caravana de la corsa pasaba como un rayo por las principales ciudades del norte y centro italiano. Todas las grandes marcas de la época –Bugatti y BMW, Porsche y Alfa Romeo, Ferrari, Mercedes, Lancia y Aston Martin– lucían sus últimos modelos y presentaban a sus mejores pilotos (Nuvolari, Von Hanstein, Fangio, Moss). Era una fiesta tricolor.

La última carrera de la primera época, en 1957, superó el medio millar de competidores. Todo el mundo quería participar, ya que la Mille Miglia tenía justa fama ser un desafío colosal. Sin embargo, ese año algo salió mal. Hubo varios accidentes graves, el peor el del marqués de Portago (piloto español de Ferrari) que se mató tras reventar una rueda y arrollar al público a 250 kms/hora. Fallecieron doce personas, niños incluidos, y hubo una treintena de heridos. La magnitud de la desgracia y la presión del Gobierno –Alfonso de Portago era un Grande de España– obligó suspender la prueba sine die.

Así estuvo durante dos décadas. Hasta que en 1977 renació con su romanticismo de siempre, pero convertida ya en una carrera conmemorativa. Los coches que ahora participan son los mismos de antaño. Literalmente. Vehículos construidos entre 1927 y 1957 y recuperados del silencio de museos y garajes. Todo a mayor gloria de los cuatro de Brescia.

Ya no hay peligro de que nadie se mate en una curva porque esta carrera es ya una abuela de ochenta años. Lo peor (o quizá lo mejor) que puede suceder es algún infarto inesperado al reconocer en un Ferrari 750 Monza a Mónica Bellucci o al ver a Jude Law saludando desde un Jaguar XK 120.

Ahora se trata de pasear plácidamente por Italia. Con bella y elegante nostalgia. Nunca a más de 50 por hora.

Guantanamo es libertad

Aunque parezca increíble, Guantánamo es sinónimo de libertad para Amado Veloso Vega. Él repite que Guantánamo es el fin de una condena, la puerta a una vida mejor, el pasaporte a la libertad. Al menos para los cubanos de Cuba. “Yo vengo del infierno”, sentencia sin odio. Su tremenda historia lo confirma.

En 1992, Amado Veloso intentó huir de Cuba por la base naval estadounidense de Caimanera. Tenía 21 años. Su aventura comenzó de noche. Solo y a rastras. Como un gusano. Oculto para no ser visto. En silencio.

Todo iba bien hasta que rebasó el último muro cubano. Entonces dos bengalas iluminaron el cielo y quedó al descubierto. En ese momento pisaba zona neutral y legalmente no podían detenerle. Pese a ello, decidió no moverse hasta al amanecer. Ni respirar siquiera. Fue en vano. Tras las bengalas llegaron los balazos. Procedían de su propio país. Avanzó entonces con rapidez y terror, un terror eterno. Hasta que una mina –también cubana– se cruzó en su fuga. La explosión le aventó varios metros y la metralla se incrustó por todo el cuerpo. La peor parte se la llevó el alma. Bola negra. Veloso se rindió. ''La carne abrasada me colgaba de las piernas. Sangraba por todas partes”, recuerda. “El dolor era monstruoso”.

Todo iba a acabar allí, en tierra de nadie, pero los militares cubanos fueron a por su presa. Las mutilaciones eran tan atroces que le dieron por muerto. Sin embargo, el reglamento manda, así que le clavaron dos bayonetazos para confirmarlo. Un gusano menos. Después le arrastraron hasta la zona cubana. El oficial al mando ordenó al verlo que no le llevaran al hospital. “No merece la pena. Se desangrará por el camino”. Así que directo al depósito de cadáveres. En la morgue le arrojaron sobre una mesa de metal, pero un médico de urgencias vio que aún respiraba y le inyectó adrenalina para reanimarlo. Amado Veloso Vega sobrevivió.

La odisea sigue. Delirante. “Yo era un apestado por el intento de fuga, un muerto viviente. Fui encarcelado dos años y, al salir, pedí unas prótesis para caminar de nuevo. Me dijeron que ese material sólo era para los militares cubanos heridos en misiones internacionalistas”. Entonces solicitó una silla de ruedas. La respuesta fue diferente y la misma: no hay sillas de ruedas para traidores. “Que te la compren los del exilio”, le espetaron.

Y eso fue lo que ocurrió. La Fundación Nacional Cubano Americana se enteró del caso y, tras mil peripecias, la silla de ruedas entró en Cuba. Sin embargo, la Seguridad del Estado –fiel a su miseria– le cayó encima al descubrirlo. Registraron su casa y le interrogaron muchas veces. Al fin, tras una multa ejemplar, le quitaron la silla. “La recibirá alguien que le precise más que usted”, le dijeron con una sonrisa en la boca.

Amado Veloso Vega siguió adelante. Hizo de todo para comer y todo ilegal. Cuba no paga a traidores. En 2006, Amado escapó de nuevo con otros compatriotas. Era el cuarto intento, esta vez en una balsa. Algunos días después fueron descubiertos a la deriva en el estrecho de Yucatán por los guardacostas de EE.UU., que los arrestaron. Nuevo destino: Guantánamo. Esta vez del lado norteamericano, donde permaneció casi un año.

Hace unos días, Veloso llegó a EE.UU. con un visado humanitario gestionado por la Conferencia Episcopal norteamericana. En Washington ha contado su terrorífica historia, que es un ejemplo de coraje, tesón y deseo de ser libre. ''Ahora sé que mi sufrimiento valió la pena'', dice con sencillez. “Pagué un precio alto, pero fue el precio de la libertad''.

El ultimo brasileño virgen


Los milagros existen –nunca lo he dudado–, pero si además viene la realidad y te lo confirma, entonces es el acabóse. Eso fue lo que ocurrió cuando leí las sorprendentes declaraciones de un brasileño de 23 años confesando que había llegado virgen al matrimonio.

Vaya por delante que me aterra encontrar juntas en una revista las palabras “virginidad” y “matrimonio”. No digo nada si las oigo en televisión porque lo normal es que sean pronunciadas por alguna ursulina o, Dios no lo quiera, el portavoz de la Conferencia Episcopal. Eso en el mejor de los casos, ya que en el peor las repite algún reportero sin cerebro mientras se ríe de un incauto al que acusa de inocente y/o cavernícola por opinar esas cosas.

Sigo con la historia. El tipo que se lanzaba al ruedo hablando de su virginidad prematrimonial no estaba recluido en un manicomio. Tampoco era un ultraortodoxo judío. Ni siquiera un eunuco tunecino –su oficio le habría facilitado mucho las cosas–. Al contrario. Era un muchacho de aspecto prudente y, si la normalidad existe, yo diría que normal.

El chico, llamado Ricardo, seguía a tumba abierta con sus confesiones: “Nosotros elegimos llegar castos al matrimonio. Nuestra fe cristiana enseña que el amor humano se rubrica con el sacramento y para nosotros la primera noche fue bellísima”. Ojos como platos. Mientras tanto, la confusa periodista, llena de curiosidad, preguntaba si no le había costado aguantar el instinto todos esos años. El instinto. Como si el mozo fuera un semental de los Miura.

Ajeno a la provocación, el kamikaze continuaba con sus machadas. “Claro que me costó. Soy un joven corriente y no fue fácil llegar al matrimonio sin haber estado nunca con una mujer. El deseo existe, pero siempre supimos retenernos. La oración fue nuestro refugio”. ¿La oración? ¡Que lo detengan ahora mismo!

Ricardo seguía con su historia, digna de Edmundo de Amicis. “Entonces me fui a Milán, aunque volvía mucho a Brasil para mantener viva la relación. Ella no pudo venir conmigo porque era muy joven, pero ese período puso a prueba nuestro amor”. El fenómeno hablaba con naturalidad, sin arrogancia, con la sencillez del que cree en lo que hace y está firme en lo que cree.

El tal Ricardo es más conocido por su nombre futbolístico, Kaká, y es el mejor jugador del mundo. Su equipo, el AC Milán, no lo suelta y su esposa menos aún. Así que uno concluye que Kaká es famoso, austero y feliz. Sin embargo, su milagro no fue llegar virgen al matrimonio. El milagro es ser joven y millonario y tener la audacia de decir que cree en Dios.

La traca final de la entrevista es un manual para recién casados y también para casados viejos. “Yo trato siempre de evitar las tentaciones, que existen. Existen siempre y en el fútbol más aún. Por eso, desde que vivimos en Milán no voy nunca a discotecas. Sólo salgo a las fiestas del club y, si es posible, con mi mujer. Nosotros hemos pactado que podemos salir solos con los amigos, pero a medianoche se vuelve a casa. A veces es un sacrificio, pero vale la pena”.

Vale la pena. Lo dice Kaká, el último brasileño virgen. ¿O no es el último? Si yo fuera el presidente del Madrid pagaba los 80 millones de euros que parece que cuesta y me lo traía al Bernabeu de por vida. Jogo bonito y sentido común no es algo que abunde. Si no, que se lo pregunten a Ronaldo, que también es brasileño.

600 x 50


Hay días en los que uno se levanta de la cama y la vida te abraza. Yo lo viví hace poco –lo juro– en plena flagelación matutina, tan dormido como siempre frente a la vida. Encendí la radio en un acto reflejo, el mismo aliado fiel que pone la cafetera a calentar, mientras el locutor de siempre anunciaba el fin del mundo cotidiano con un amaestrado coro que le daba la razón. Gracias a Dios llegó el resumen de prensa, raudo como el 7º de caballería, y me rescató del apocalipsis cuando la navaja hacía su faena cual barbero sevillano.
Entonces sucedió. Como el que no quiere la cosa. De repente. “Más noticias. El histórico 600 cumple medio siglo. SEAT lo celebrará en su fábrica de Barcelona con unos actos…”. No oí nada más y, de pronto, rejuvenecí. Más o menos… treinta años.
“El 600”, susurré al aire poniendo cara del niño de Cuéntame. Sin poder evitarlo me vi de nuevo con pantalones cortos, un flequillo nunca recuperado y las prisas de mi padre cargando el coche camino del páramo leonés. Lo recuerdo bien: un 600 D blanco, que (decían) superaba los 100 kilómetros por hora. Es decir, el hiperespacio.
Nadie en casa sabe ya su matrícula, pero seguro que aparece en alguna fotografía ye-yé en blanco y negro. Era grande (¿grande? sí, definitivamente, al menos visto desde los seis años) y con unas puertas que se abrían al revés, justo igual que las de los mafiosos americanos de las películas. Tenía un volante enorme y el claxon sonaba como un elefante con ronquera. A mi hermano le encantaba abrir el motor, que estaba detrás, protegido por una rejilla de chapa ennegrecida por el uso. Yo, sin embargo, tenía otra fijación: los retrovisores. Me sentaba en el asiento del conductor y los ponía a mi altura, poca, con los ojos fijos en aquel salpicadero mágico que era incapaz de descifrar.
Con esa leyenda urbana se habían ido mis padres a Benidorm de luna de miel. Septiembre de 1968. “Adelante hombre del 600, la carretera nacional es tuya”. Fue un pasaje a la ilusión con escala en Valladolid –para que se enfriara– y en Madrid, capital de España. Cuenta mi madre que durmieron en el Hotel Inglés, allá por la Puerta del Sol. Iban recién casados y con las ilusiones sin arrugar. Mi padre, socarrón, lo dudaba. “En realidad pernoctamos poco”, decía siempre con un guiño pícaro a lo Alfredo Landa.
Lo que ambos confirman es que llegaron a Madrid escoltados por un guardia civil fugado de alguna película de Berlanga. “Debíamos de tener cara de ingenuos cuando le preguntamos, cerca de Las Rozas, por dónde había que ir. Él nos miró compasivo, se ajustó el casco con un gesto marcial y ordenó: Me sigan”. Y le siguieron hasta Moncloa, destino final del motorista. Por algo la llaman Benemérita.
El 600. ¡Qué máquina! Fue el primer todoterreno conocido, el antepasado cierto de los monovolúmenes. Nada de inventos americanos o franceses. En la memoria familiar aún se recuerda una romería estival en la que nueve adolescentes se bajaron del 600 como el que se baja de un autobús. Sin una mancha y dispuestos a beberse toda la sidra del mundo.
El 600 cumple años y yo tengo que terminar de afeitarme. Mientras tanto, en la radio escucho a Serrat diciéndome que hoy puede ser un gran día.