viernes, 25 de julio de 2008

Canta, Pepo, canta

Pepo ha muerto y eso que era argentino y vivía en Rafaela, una población de la Pampa a quinientos kilómetros de Buenos Aires. Es decir, en la misma nada.

Al final de su vida todo le sonreía: tenía casa y comida garantizada y, además, el clima era excelente para sus plumas verdes. Por cierto, he olvidado decir que Pepo era un loro, el más célebre de su familia. Su fama llegó a España hace un par de años, aunque al principio su historia fue intrascendente. Ocurrió un jueves cualquiera cuando sus dueños, los Machado, descubrieron que la percha de Pepo estaba vacía. Toda la familia se puso a buscarlo de inmediato. Por el patio, por las habitaciones, por los árboles del vecindario.

Al principio, creyeron que la primavera le habría aturdido y quizá se había fugado con alguna pájara de buen volar. Sin embargo, Pepo era un loro tímido y no estaba para aventuras, así que, después de dos o tres días de ausencia, sus dueños pensaron en un secuestro por más que fuera una posibilidad incierta en Rafaela, donde abundan los loros. Con todo, tras una intensa búsqueda, los hijos del matrimonio Machado encontraron en un balcón cercano a un loro igual a Pepo que se ponía morado de chocolate, manjar que jamás cataba en su antiguo hogar.

Los chicos llamaron a la puerta y reclamaron al papagayo, que como buena trepadora, había mejorado de barrio. La familia Vega –que eran los supuestos secuestradores– tenía una terraza amplia y aireada y encima le había puesto un columpio, así que el doble de Pepo estaba como un ave del paraíso. Para más escarnio, los Vega dijeron que el loro llevaba con ellos mucho tiempo y que se llamaba Borges por su mirada infinita.

Ahí mismo comenzaron los gritos y los insultos. Los Machado se lanzaron a por el animal, que volaba asustado de cortina en cortina mientras los Vega agredían a los invasores con una escoba. La disputa terminó cuando vieron el ataque de nervios del loro, que se quedó pajarito debajo de una mesa camilla.

El trauma emocional de Pepo le impidió identificar a sus dueños, así que tuvo que mediar la policía. Ésta se había presentado en la escena del delito alertada por un vecino diligente, que avisó de un caso de violencia doméstica. Los Machado, indignados con la situación, presentaron una denuncia por robo, lo que provocó la detención del loro en comisaría hasta que se descubriera a los dueños legítimos.

Cinco días estuvo el pobre Pepo en el cuartelillo mientras las partes presentaban pruebas de su propiedad. Los Machado señalaron que sabía cantar el himno del San Lorenzo, club de fútbol del que es hincha toda la familia, mientras que los Vega aseguraban que ellos le habían enseñado una popular canción titulada Zapatos rotos.

La policía inició entonces una serie de interminables “interrogatorios”. Asignaron a un guardia para que hiciera vigilancia permanente (el poli bueno) y metieron un gato en la sala (el poli malo) a ver si el loro cantaba. El pájaro, que no pudo hablar con su abogado, terminó por llamar a “Jorge”, en alusión a Jorge Machado, uno de los reclamantes. El misterio estaba resuelto.

Hace unos días Pepo estiró la pata. Lo hizo sin alboroto, alejado para siempre del glamour de sus días dorados, cuando la prensa mundial se fijó en su historia. Sin embargo, murió en paz y con la alegría de haber visto de reojo el último título del San Lorenzo, el Torneo Clausura 2007, equipo que, por cierto, mandó a la familia un telegrama de condolencia.

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