martes, 1 de julio de 2008

Playas para todos

Las playas de mi infancia son dos. San Lorenzo en Gijón y La Ñora en Villaviciosa, a la que bajábamos por la senda del arroyo hasta el Molino. A veces también íbamos a Estaño, pero el acceso era tan malo y la playa tan pequeña que pronto se convirtió en una solución de emergencia.

En aquellos años, años 70, el tiempo en Asturias era como el de hoy: fresco –por decirlo con elegancia-, húmedo y variable. Esto no suponía ningún problema porque los cantábricos nunca hemos necesitado del sol para tomar el sol. Bastaba una simple brisa del nordeste y el peregrinaje con toda la familia hasta el arenal más cercano era obligado.

Bien es verdad que si salía Lorenzo, aunque fuera tímidamente, el tostaderu gijonés se ponía de parroquianos hasta la bola. Poco importaba que la desembocadura del río Piles estuviera llena de mugre y muiles, ya que en ese rincón pegaba el sol que daba gusto. Así que hasta allí nos íbamos con las hamacas, la abuela y esa enemiga natural de cualquier niño que era la Nivea.

Entonces no había en las playas mayores problemas “ambientales” y los nativos podían remojarse en paz en las frías aguas astures. Las familias campaban a sus anchas con su sombrilla, el periódico del día y los bocatas de chorizo. Los nudistas de la época –que haberlos, habíalos– se iban a Peñarrubia y aquí paz y después gloria. Cada uno tenía su sitio y todos contentos. Era una vida sin complicaciones.

Las novedades comenzaron con la moda del topless, que la autoridad competente permitió con alegría. “Los tiempos están cambiando”, nos dijeron. Entonces las playas de siempre sufrieron una mutación increíble, invadidas por señoras acaloradas que se tomaron la autorización a pecho.
Recuerdo que entonces nos pareció una costumbre moderna (siempre y cuando se quedara en el ámbito femenino). El problema era que nuestras compañeras de colegio y tardes de verano no se ponían en topless ni a la de tres. Y mira que nosotros les animábamos a ser más europeas, pero ellas nada. Ellas a lo suyo, gijonudas de tomo y lomo, con el traje de baño Speedo y, todo lo más, un bikini al mes.

Ahora, sin embargo, soy padre de familia y sufro el espectáculo playero. Así que me vuelvo medio loco para encontrar un arenal al que llevar a la gente menuda. El trabajo es hercúleo, pero este verano he descubierto un aliado. Se llama Hondargiro y es una iniciativa promovida por familias vascas a las que les gusta la mar y las playas, una idea que algunos ayuntamientos ya han tenido en cuenta. Por ejemplo, el de San Sebastián, que ha autorizado varias de esas peticiones en la playa de La Zurriola.

Hondargiro no va contra nadie ni ha pedido prohibiciones. Simplemente busca que en algunas playas haya lugares especiales para las familias. Solicitan, por ejemplo, zonas de baño acotadas con boyas, casetas para cambiar pañales o caminos pensados para carritos y sillas de ruedas. Entre sus demandas también están los monitores de tiempo libre y algunas facilidades de aparcamiento. Para mantener la higiene proponen también que en esas zonas no puedan hacerse botellones –con lo que se reducirá la inevitable suciedad estival– y que el topless y los desnudos se orienten a las playas convencionales o naturistas. Todo sea por la convivencia.

Su ilusión es, como la mía, que las playas vuelvan a ser lo que siempre han sido. Lugares para todos.

2 comentarios:

jlcea dijo...

Algunos enlaces interesantes para complementar el post:
www.playasfamiliares.org
http://www.hazteoir.org/node/13427

Anónimo dijo...

Y por si alguien le interesa, el 27 de setiembre de este año, hondargiro ha organizado un concurso de castillos de arena para familias en la playa de ondarreta, en donostia-san sebastián.