miércoles, 5 de noviembre de 2008

Adivina quién viene a cenar esta noche

No sé porqué, pero "Adivina quién viene a cenar esta noche" era una de las películas favoritas de mi padre. Así que cuando la ponían en la tele me sentaba a su lado y decía “Aprende y no juzgues. Sólo así serás feliz”. El consejo, obviamente, me entraba por una oreja y me salía por la otra. “Papá, no entiendo nada. Si ella quiere casarse con un negro, que lo haga”. El negro era Sidney Poitier, el primer afroamericano en ganar un oscar de Hollywood.

Mi padre nunca viajó a EE.UU., pero le encantaba ese país. Bueno, más bien le gustaba Bob Dylan y Steve McQueen, sobre todo en Bullitt. ¡Ah! Y Ava Gardner, que para él también era el animal más bello del mundo. Si mi padre hubiera nacido en Maryland o en California sería un demócrata convencido. Por eso sé que hoy estará en el Cielo (espero que los “progres” también tengan sitio junto al Padre, al menos a la izquierda) feliz de ver a un mulato en la Casa Blanca.

Reconozco que jamás hubiera votado a Obama, sobre todo por su posición a favor del aborto, los "matrimonios" homosexuales o la experimentación genética. De hecho, hice mi pequeña donación a McCain cuando se jugaba la Primarias republicanas. Ahora bien, indudablemente el triunfo de senador de Illinois abre una nueva etapa en la política mundial. Todos necesitamos la utopía y Obama es hoy la utopía, al menos para 63 millones de estadounidenses. Su victoria confirma que todo es posible en América.


De Obama –un negro que habla como un blanco– admiro su capacidad de ilusionar a una nación entera. A todo Occidente, incluso. Por eso creo que el nuevo presidente de los EE.UU. merece una oportunidad. La misma que le dieron a George Bush, que ha terminado siendo el desastre que muchos predijeron. Curiosamente, a él sí que le hubiera votado –las dos veces–, aunque me parecía un tipo gris y, por momentos, peligroso. El tiempo se ha encargado de confirmar ambas cosas.

Mi madre, que es sabia por vieja y por madre, me dijo en una ocasión que los años 60 fueron maravillosos por dos cosas: Juan XXIII y Kennedy. Es decir, había esperanza en un mundo mejor y había políticos y pastores dispuestos a luchar por esa esperanza. Ella, hija de su tiempo, era (y es) una católica práctica (y practicante), así que de su ejemplo y sus palabras aprendí otra cosa: la importancia de la unidad –en el matrimonio, en la familia, en la nación– y a no rendirse nunca. “Si crees que puedes, es muy posible que puedas” me dijo en un andén asturiano antes de coger el tren rumbo a la universidad. Yo era el primer universitario de mi familia y había crecido oyendo hablar de Juan XXIII y Marcelino Camacho, con “El País” como periódico y Serrat de banda sonora. Y un principio sagrado para mis padres que tanto los Jesuitas como el Opus Dei reforzaron: piensa por ti mismo, sé libre.

Esta madrugada, a las cinco de la mañana, el despertador me llamó para contarme resultados de las elecciones. Todos daban ya a Obama como presidente y, lo confieso con cierta y inefable vergüenza, me alegré. Fue una alegría sentimental, nada lógica ni coherente con mis principios, pero me alegré. Bob Dylan cantaba al fondo “The Times They Are A-Changing”.

Algo me dice que fue mi padre el que puso esa canción.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uría, los más peligrosos sois los conversos. A ver qué pasa con este tipo Obama. No me fío, no me fío.

Arturo Bel "Tiro"
Madrid 2016

Nacho Uría dijo...

Hombre Arturo, yo -que soy especialista en "conversiones"- no me he pasado (aún) a la religión obamita. Pero al menos el beneficio de la duda sí se lo concedo. Es lo que tiene vivir (y creer) en la democracia. En cualquier caso, será divertido ver qué ocurre.