lunes, 19 de septiembre de 2011

Malick y el origen de todo

Malick durante el rodaje de Badlans (1973)
Terrence Malick es un cineasta difícil. De la estirpe de Tarkovski y Erice, emparentado con Bergman, Kieslowski Kubrick en su obsesiva búsqueda de respuestas. Al fin y al cabo, un director que rueda cinco películas en 38 años se toma las cosas con calma. Al menos para lo que suele ser habitual en el mundo del cine. 

Malick nació en EEUU en una familia de Oriente Medio. Su padre era libanés y la huella del fatalismo musulmán está presente en toda su obra. Quizá por eso decidió estudiar filosofía (en Harvard y Oxford) y preparar una tesis doctoral sobre Heidegger. Con estos antecedentes hay que tener valor para asomarse a sus películas, de las que siempre es guionista en solitario. 

Malick, que tiene casi 70 años, pertenece por edad a la generación de Coppola y Scorsese, pero ahí se terminan los paralelismos. Como el esquivo Salinger, no concede entrevistas, no hace promociones y prohíbe que se le fotografíe, algo que no siempre logra, como se puede comprobar. 

El gran público le importa un pimiento. Así que si usted sólo va al cine a entretenerse, huya de sus películas. Incluso aunque "parezcan" de guerra, como la famosa Delgada línea roja. En su obra casi nada es lo que parece, paradoja que se siente con especial fuerza en su último estreno, El árbol de la vida (The Tree of Life, 2o11). 

Porque uno se va pacíficamente al cine -pongamos un viernes por la noche- con el afan de pasar el rato y ¡zas! llega el bueno de Malick y perpetra una de sus reflexiones insuperables. Poco importa que los actores sean Brad Pitt o Sean Penn. Lo que cuenta es el guión (de Malick con el visto bueno de Malick) y ahí, amigo mío, no tiene usted nada que hacer. O sí. Porque ya es la película más taquillera de España en su primer fin de semana.

En El arbol de la vida (Palma de Oro en Cannes 2011) se mezclan, aparentemente sin sentido, versículos del Libro de Job, el origen del universo y la vida y el lento discurrir cotidiano de una familia de clase media en los EEUU durante la Guerra Fría. ¿Cómo se come todo eso? Con dificultad, ciertamente, porque en la primera media hora de película es arduo saber de qué te hablan.

Confieso que el sentido oculto de la película me lo explicó mi mujer, que también en esto me lleva varias vidas de ventaja. Porque yo no fui capaz de entender el hilo conductor de una película exigente, oscura y con unos saltos temporales que dejan a H.G. Wells como un aficionado. 

La familia O'Brien esperando a Jack
La película gira alrededor del sentido de la vida. Pero de la vida y el universo en plan Karl Rahner y su cosmología o Ingmar Bergman y la metafísica de la religión. El caso es que Malick aparenta inicialmente una visión veterotestamentaria de la divinidad. Perdón por escribir "veterotestamentaria", quería decir judía. Judía en el sentido de concebir a Dios como un ser al acecho, iracundo e imprevisible.  De hecho, el título de la película está tomado de uno de los símbolos cabalísticos más importantes del judaísmo. Ese "árbol" nos acerca a la comprensión de Dios y al modo en que Él creó el mundo gracias a diferentes estadios (la Sabiduría, la Misericordia, la Justicia o la Gloria, entendidas como emanaciones perfectas de Yahvé) y en ese escenario Malick despliega su elipsis divina.

El protagonista de la historia es Jack O'Brien (cuyas iniciales son las de Job), un muchacho inquieto e introspectivo que cuestiona el mundo y las reglas de ese mundo. Reglas que establece su padre (Brad Pitt), aunque también se las salte. Su progenitor es un hombre íntegro y riguroso como buen católico preconciliar, pero que le pone continuamente a prueba -como Dios a Job- con el fin de fortalecerle para el mundo inhóspito en el que vivirá. Digamos que Brad Pitt/Dios es como la naturaleza: inmisericorde, pero atractivo; refugio y castigo a un tiempo.

En medio de tanta confusión, la madre de Jack es el polo opuesto. Habla (voz en off) de la misericordia, del arrepentimiento, de la alegría. Ella representa la Nueva Alianza, el misterio cristiano, el milagro. En mi opinión, ella es la persona que le enseña qué es la Gracia, entendida como una modificación permanente de la naturaleza humana hacia una existencia sobrenatural. Por eso también su madre es Dios, el mismo Dios del Nuevo Testamento, que le asegura: "Si no sabes amar, Jack, tu vida pasará como un destello".

De modo que Dios está presentado por el padre y la madre de Jack. No tiene sexo. Es hombre y mujer a la vez. Obviamente. Pero el pequeño JOB/Jack debe descubrir por sí mismo el mensaje que ese Dios (Creador y Arquitecto del universo por un lado, Padre y Redentor por otro) tiene reservado para él. Un mensaje de dolor (la muerte de su hermano), incomprensión y hastío. De acompañada frivolidad (el exitoso arquitecto -no es casual el oficio- en el que se convierte Jack de adulto, interpretado por Sean Penn), pero también de tremenda soledad interior.

Sin embargo, como se dice en la película, hay dos caminos para recorrer la vida: el de la naturaleza y el de lo divino. "Y debes elegir cuál vas a seguir". Por eso, sin estar muy seguro, me parece que la película gira sobre la Gracia y el perdón. En ese orden. Una Gracia que es la única que nos permite sobrellevar el sinsentido del mundo natural (hosco, brutal) hasta aceptar el designio divino sobre nuestras propias vidas. Y perdonar. Perdonar a Dios por habernos dejado abandonados a merced del odio y la muerte. 

Sólo así se entiende que, al final, el protagonista perdone a su padre y que ese perdón le redima y le permita gozar de la visión beatífica de Dios junto al resto de todas las personas que ha conocido en su vida. 

En síntesis, sólo si caemos, lloramos y perdonamos (tanto a Dios como a los hombres) podremos entrar en el Reino de los Cielos.

Crítica de Jerónimo José Martín (Aceprensa)
Crítica de Carlos Boyero (El País)
Crítica de Sergi Sánchez (La Razón)
Crítica de Javier Ocaña (El País)
Crítica de Pablo Jáuregui (El Mundo)



No hay comentarios: